Al vivir en un mundo parajódico (en desorientación
constante y molesta), y pajaródico o dominado por pájaros de cuenta, cuando por
un instante la perplejidad en que nos acuna se disipa y aparece una fugaz
lucidez, entre la clarividencia y la ensoñación, eso produce un extraño placer
místico, que enseguida es engullido por la siguiente parajoda, y dale. Pensar,
por tanto, es calentarse la cabeza.