Desmond Tutu, que tiene apellido de detergente añejo y cañí, antes de
que nos pasáramos a Omo, sin h, que era la competencia, y lavaba más blanco,
como Desmond, ha pedido al gobierno más pasos en la conciliación de la cosa
vasca. O sea: la reconciliación de las bascas. Y yo que Rajoy, le enviaba al
obispo (la Iglesia ante todo, presidente) una copia de 8 apellidos vascos, esa
peli que va a reventar la taquilla, y que amenaza con ser un buen punto de
partida para la paz definitiva (menos en la Academia del Cine). Igual el mismo
bishop desciende de vascos (Tuturrunoindía, Txotuturena o Porropapatxitutu), y
descubre que le viene de sangre eso de abogar por pobres presos, y perdonar a
las víctimas todo el mal que han hecho. (No, si ya verás tú como éste, además
de algo rincojo y zarzanero, si no 8, al menos 4 apellidos vascos sí que
tiene).
Decía Groucho que es más fácil hacer tragedia que
comedia, pues la gente llora por las mismas cosas, pero se ríe por cosas
diferentes. Lo que ocurre es que aquí se ha llorado tanto, por norma y casi por
obligación, por algunas, que ahora que hay motivo para hincharse a llorar por
otras (la crisis da para llenar un lebrillo), el llanto por las viejas suena ya
forzado, inauténtico. Y no solo eso. La gente está deseando llorar con lágrimas
nuevas, pero a poder ser de risa. Desaturdirse del embotamiento de la tragedia.
Soltarse con la risión enorme de la tragicomedia de la vida, y más de la
española. Lo que se dice reciclar el lagrimal. Y de paso, la existencia. Hacer
catarsis. O mejor, carcatarsis, o catarsis a carcajadas. Descojonarse de tanto
dramón y pasar página. Pero así, sin pasar por el melo ni la alta comedia;
tirándose directo y de panzotada a la piscina para echarse en salazón como
boquerones en sal gorda.
Es la tan traída y llevada nueva transición que nuestros
oligarcas nos niegan y que habrá que hacer por lo civil, por lo ficticio, el arte,
el espectáculo, lo lúdico, para aguantar algo más en el purgatorio (y ya que
está visto que no nos los podemos quitar de encima). Porque entre la crisis y
ellos, estamos hasta el gorro (o barretina, o chapela). A todo lo cual esta
película seguro que colabora con su (no tan) burda risoterapia. Especialmente
en el País Vasco, donde tanta falta hace
cambiar de lágrimas y echar el dolor en el adobo del humor, y debería
subvencionarse su visión. O no. Que se gasten los cuartos, que para eso son más
ricos, leche.