Los lloraderos patrios, de nómina o eventuales, al pairo del
sudoku electoral, van a tener que empezar a cobrar entrada y poner numerus clausus de
plañideras por el futuro del reino, pues, entre pucheristas (en el triple
sentido de su afición al puchero gratis, al pucherazo si es necesario, y al llanto seco o de pollo), lamentones de la Gran Coalición (“Ayer
putas y hoy comadres”, o “Amigos que ayer gorrinos”), y los magdalenas más magdalenienses del infausto
pacto de izquierdas (“Del bien
acuchillado se hace el buen cirujano”), el artículo estrella de las rebajas,
una vez que se agoten los clínex, van a ser los lebrillos, que, si se acaban, se puede
poner a tanto llorón a llenar pantanos, y que hagan al fin algo útil.
Y lo peor es que la ciudadadanía está empezando a contagiarse, y
en cuanto empiece la cuesta de enero esto va a ser un barrizal salado, ya que
las lágrimas de cocodrilo, contrariamente a las de Becquer, no van al mar, sino
a pringar al resto de los adanes de a pie, y no digamos los motorizados, que
como no les hayan echado los Reyes un buen Tontón van a acabar más perdidos en
política que Pulgarcito en la casita de la bruja, entre tanta maraña de
madremías mediáticas de toda laya.
Y no es para tanto. Ni cataclismo ni situación
ideal. Todo se reduce a que, sí, muchos piarlas, pero aquí las dos mayores empresas
del país siguen siendo las de la partitocracia. Y cualquier acuerdo para ellas
es una opa en realidad, y si van juntas, cada una pierde la mitad de su negocio, del que
dependen miles y miles de sueldos, millones e intereses, hoy por hoy imposibles
de compatibilizar. Así que, o crédito puente para recuperarse(elecciones) o
quiebra, y opa hostil de los que aún no están hipotecados y gozan de más
crédito, que, eso sí, ya han dicho que, en el 2020, mochila en vez de carretón para los diputados. ¿No será
porque cabe más?