martes, 14 de junio de 2016

Tonterías al hilo de la eterna campaña: La tajada

Q debió ser oráculo en otra reencarnación, o no se explicaba su desmesurada afición a la hipóstasis, que en vulgoparla es como cualquier hijo de pellejo pretende hacer de su naturaleza una divinidad identificada con el verbo, unir indisolublemente carne y verbo en un misterio o, según se mire, poder comer carne a base del verbo, que suele ser el fin último y nada misterioso de los sujetos locos por pillar que rematan su currícula con el regular burrapateo pontificio en los papeles.
Para llegar al status de Nota, Q hubo de poner coto al caos de tanta transmigración (que era lo suyo) política, social, laboral, conyugal (y hay quien dice que sexual) como había hecho con su vida, viniendo a dárselas de vox populi, una especie de bien-mostrenco-nuevo-siglo que desollaba palabras al duermevela de una autoestima inflaccionista, masacrando a los cuatro abantos de los que se consideraba líder de opinión, por lo que ciertas partes del foro, pasándose por el mismo, sólo que con dos erres, a tan morlaca res pública, dieron en pseudonominarle, con toda la razón, Nenúfar, por su capacidad para sostener en el estanque a todos los chufletas y liendres que en el mundo de la sacacollería son, así como de trampa siniestra y naufragio seguro para los bichos de algún peso específico que osare apoyarse en tal plantel a su paso por el piélago, tan abundoso de esta especie.
Ramaleando con su ganosería de prebostazgo etiqueta negra con restos de  chatarrería cultural del tipo “a nivel de” o ” no es más feliz quien más dinero tiene”, apenas recién superada en su dantesca carrera, encaminaba a su belitre feligresía como su inquebrantable fe en sí mismo y sus renuncias le daban a entender, por la senda de la opinión impune, montado a lomos del cinismo general de firicunstancias que la guerra digital y sus secuelas ofrecía, y por aquello de que el más tonto hace bolígrafos –y además, funcionan–, y el más listillo usa hasta los encontrados sin virola. 
Y envalentonado, creyó descubrir, sin más ayuda que darse una trasnochada, que el malestar en la sociedad (en la Civilización, había dicho Freud, pero qué más daba) a partir del ejercicio del poder a través de las instituciones, no se debía ya a las ideologías, que era lo de menos y además estaban mal vistas, y sí a la aptitud o actitudes de quien lo ejerciera, dando por zanjado un debate obsoleto y escurriendo el bulto tras una finta que hacía políticamente correcto cualquier pensamiento, incluido alguno propio que pudiera tener en el futuro. Y surgieron las sospechas.

¿Por qué Q, Nenúfar para los enemigos, pendón de la vocería a tiempo parcial, personajón de corte provinciana de los milagros, aspirante al púlpito y al proselitismo de masas por escrito, eludía la cuestión más vil, como tantos otros coristas y demás fustigadores sociales, en su lucha por abrir los ojos de la gente con palabras como puños, inventándose tan tercera vía  que, en la época de más boyancia de la pela, los negocios, el material, etc, olvidaba la raíz económica de los asuntos? ¿Era por timidez? ¿Por cortesía? ¿Quizás por amor? 
No. Cuestión de economía: no poniendo al peso el alma de otro, se ahorraba tener que poner la propia en la balanza. Y, casi sin querer, inventó otra ley monetaria, por si había pocas: la opinión cotiza inversamente proporcional a la tajada. Porque también las almas son ahora, como todo, de bolsillo. Y por eso se suelen llevar dos, incluso los fabricantes de predicados como Q. Y no les va mal. Mientras haya sujetos…, y sobretodo, verbo.