lunes, 1 de agosto de 2016

Disfraces de verano


Quizás por ser una norma social que la mayoría sobreestima lo que no es y subestima lo que es, el verano es la época del año en que se utiliza más conscientemente el disfraz para contradecir a Chesterton, que decía que cada uno se disfraza de aquello que es por dentro, siendo pues muy fuerte pensar que todo el mundo tiene el alma marrón, en bermudas y con chanclas, y que su manifestación más gloriosa una vez eclosionado al exterior es jamarse una paella mixta de preparado congelado.
Uno, que quiere ser benévolo, piensa más bien que a algunos los disfraces no los revelan, sino que los tapan, sin querer, y otros, sencillamente lo hacen a conciencia utilizando la canícula como mes por excelencia del camuflaje de esos puntos negros del ser, cumpliendo así con el estío como la época por excelencia para lucir ese tuneo emocional o de interior, como un turismo, que tanto se agradece bajo un sol atocinante, y a lo que el otoño, por ejemplo, no se presta, por antipódico, y en el que más bien se da esa sensación típica del porro.
Benjamin, ilustre porrero que no me extrañaría fuera más colocao que un gorrión con cañamones en muchas de sus reflexiones, y que acabó diciendo que sólo sobre un muerto no tiene potestad nadie, dijo que el otoño nos deja ese regusto de autosospecha y congoja que nos lleva a la mini depresión, incluso a la confesión, al desalojo y arrojo de sí, pero sin pasarnos, y al bajón controlado y sostenido, para prevenir y evitar la gran depre, dando paso así a la estación más desgarbada, confesa y convicta, en que al fin y tras el mucho atabaleo estival, y visto que la vida es como aquella prisión donde era obligatorio llevar corbata, ya puedes sentirte tranquilamente tan ridículo como un desnudo con calcetines, y olvidarte del mucho trabajazo que implica la estación del calor.
 Porque el calor actúa como una cirugía plástica del alma, y todo aquello que nos resulta duro e incómodo sobrellevar, como el odio, la venganza, la envidia o la ira, acaba tuneándolo, a base de maceración y fermentados que lo matizan adecuadamente, como un photoshop emocional, un maquillaje o la simple decoración de interiores más o menos infumables, transformándolo en sentimientos más vacacionales, ligeros, emolientes y molones, como el tedio, el abandono, incluso la angustia, o la insatisfacción, el disgusto, y hasta la pena.

No en vano todos somos aspirantes a ser nominados pimpollos, renovados frutos acuosos, azucarados e inocuos de estación. Eso, y que nadie quiere dar una imagen emotiva virgen, cruda y real a lo bruto, y mucho menos en verano, con lo que se suda.