sábado, 31 de diciembre de 2016

Letra y música


Cuando empiezas a vivir piensas que es un fregado de la hostia. Una de Ford y Peckinpah juntos. Pero una vez visto te das cuenta de que era un simple musical, y bastante memorable. 
Con los años pasa eso. Igual que con el año. Arranque de caballo y parada de burro. Y si hay un mes burro y viejo ése es Diciembre, topicazamente otoñal, nirvana inmóvil, frío, putrefacto y mohoso, el proveedor de la levadura para la masa madre de otras doce cochuras previstas ya en la artesa del calendario, esa ilusión que tanto suele devenir en espejismo para tantos, pues si entonces (muy entonces ya) apenas despuntabas en un botón de flor ya estabas pidiendo la pezorra del cochino recién sacrificado para hacerte la zambomba con que cantar y declamar todas las viejas coplas recién descubiertas como tuyas, muchos años después, una vez olvidadas, secuestradas en la mazmorra de ese gran enemigo que siempre nos sobrevive, que es el tiempo, apenas si recuerdas el sonsonete con que ronronearlas, y todo lo que parecía iba a ser épico y eterno, aquel edificio levantado con palabras que antes de habitarlo ya nos sabíamos de memoria, lo hallamos desvanecido, derrumbado letra a letra, dejándonos inermes en escena, como el actor que se queda in albis, olvidándose de su texto tras haberlo representado durante décadas. 
Ése somos. ¿Cuándo se nos olvidó la letra de nuestra canción? Cada cual a su tiempo –ven, siempre está ahí–. Y es ahí, en ese blanco mental cuando, como una llama, surge el último recurso de ponerse a silbar, quizás tararear aquella banda sonora inesperadamente recuperada. 
Y te das cuenta de que la vida, sí, se compondrá de letra y música, pero, con el pasar, las letras que armaban su argamasa de himnos, credos, mandamientos, plegarias, cuyo mayor orgullo era saberlas al dedillo, ahora son solo temas –¿y no es eso la vida, un temario?– que no acertamos a recitar, y los que se nos quedaron solo son meros mantras, rosarios sin mucho sentido. 
En cambio, la música sigue, y es como los olores, la clave (de sol, por favor) del último eslabón con lo que fuimos. Y vemos que nos es tan grave, pues es como aquellas canciones extranjeras que chapurreábamos desolados por no saber qué decían, y cuando al fin las desciframos, vimos que mejor olvidarlas y quedarnos solo con la melodía. Que es lo mismo que pasa con el año y su hermano mayor, la vida. Y que siga.

jueves, 22 de diciembre de 2016

Aguinaldos

Dices tú de populismos. Lo del acuerdo contra la pobreza energética no lo baten ni Bruselas y Evita juntos –del verbo evitar, el más conjugado por nuestros sacamantecas: yo Evito, tú Evitas, él Evita (porque siempre es el otro, claro)–. Pero sí lo han conseguido PP y Psoe juntos, la Gran Coalición enmascarada que viene a ser el culmen inédito del a ver quién es más bueno, o buenismo de nuevo cuño, y digo nuevo porque, como dicen los viejos, estos bienqueda necesitan un cuño (de moneda) para dar abasto a sus antojitos pro urna. 
De hecho, con tal acuerdo estos pastores de almas y ahora de cuerpos pínfanos expuestos al frío, acaban de firmar un villancico, intitulable como Navidades Rosas, que supera con creces al Cuento de Navidad de Dickens, ese del avaro tiñoso que es seducido para la gloria, y que va a permitir que los frioleros pobres se caldeen (allá por mayo, cuando hace el calor, y no es coña, sino cuando estará disponible) con la mejor de las energías, la eléctrica –sin despreciar la más inagotable de todas, la del pedigüeñeo–, la cual no les podrán cortar, dando así lugar, como quien no quiere la cosa, a otro bien venido por mal, que será la consolidación como segmento de negocio para las eléctricas de un buen número de kilovatipobres que hasta aquí no eran seguros para poder exprimir como clientes.

Una fidelización por decreto y a costa del contribuyente (y de las comercializadoras de corriente, en parte, cuyo coste no tardarán en trasladarnos a los “pudientes”). Lo cual significa todo un aguinaldo para dichas empresas, que ya se frotan las manos, y no para calentarse precisamente. 
Pero el aguinaldo es lo que tiene, que alegra hasta al que lo toma, y mucho más al que lo da, aunque dude de su buen empleo. Y además que, ¿quién no envidia esa energía gratis servida en bandeja por estos Mr. Scrooges convertidos a la caridad de urgencias? Máxime cuando el frío social actual, en pleno efecto invernadero (siempre la paradoja histórica), es un producto, otro más, de las generaciones más energéticamente pobres que sobreviven (la mía y la anterior), las del brasero de picón, el sagato y las camas de a cuatro para poder calentarse con calor corporal, incluidos gases. Que es por lo que tantos y tantos prefieren tirar la calefacción por la ventana antes que cerrar los radiadores. 
Luego alegría pues. Que no decaiga. Y también por la sentencia europea contra las cláusulas suelo de las hipotecas. Aunque sepamos que también la pagaremos con más rescates a escote. Para eso estamos en Navidad. Pero, Europa, por Dios, no más sentencias, eh, que queremos llegar al menos hasta San Antón. Aunque sea a cuatro patas.  

lunes, 19 de diciembre de 2016

Adventicierías

¿Es la Navidad políticamente correcta? No me refiero a si es propio de estas fechas que los padres de la patria se acuerden del padre de otros padres, o si es censurable el precio de las bocas que arrastran mi boca, boca que me has arrastrado... y todo eso. No. Sencillamente me refiero a la felicidad como suceso paranormal, a si ese espíritu navideño fraguado a golpe de dulce viscosidad autocomplaciente tiene ingredientes políticamente correctos.
Receloso como soy, cuando a la pregunta  ¿eres feliz? alguien me dijera “no”, yo diría  “menos mal”, por considerarlo signo de inteligencia. Aunque dé por hecho que en tamañas fechas poca gente me lo precise, pues considero que el coyuntural contento viene inducido porque la gente se lleva demasiado mal como para discutir, y todos prefieren ir de buenos, que, como se sabe, es enenemigo de lo óptimo. Es por eso que es necesario hacerle una resonancia al alma de ese goce de sobaquillo que se nos avecina, a riesgo de quedar como un hombre llamado agorero, que también es prejuicio, pues no descarto que haya en efecto mucha gente feliz, aunque, intransitivo, repito: ¿puede ser correcta tanta alegría?,  ¿ha  de ser la Navidad una época feliz?
Evidentemente, las preguntas tienen truco con el que llevar a si la felicidad se tiene y la alegría se promulga, queriendo decir con esto que lo primero que hay que distinguir es si la Navidad es una fiesta y por tanto promovida por el poder para exaltarse en la alegría, o es una simple manifestación antropogénica de haber llegado un año más a eso que popularmente se llama comerse el turrón, cosa que está claro es su origen primero pero que no vamos a tal sino a si ello da para llegar al extremo de tenerse que comer una tasa de cinco kilos de mantecados de vino blanco por el mero hecho de  dártelos tu madre, un suponer, y por el estilo.
Estrictamente, la Navidad no es una fiesta, por no darse la esencia de ésta que es la de ordenarse la desobediencia ritual. Tampoco crea un espacio público propio sin utilidad económica, política o comunicativa, que es otra gran virtud de la misma. Y proclamar la intimización y la consagración del individualismo familiar. Tiene pues, en contra al individuo y la sociedad modernos, que con la guía de la inmediatez como constante, la independencia como vehículo y la igualdad como energía, según Tocqueville, convierten a esta época en una pura passion matériel  revisitada. Cosa dicha por Daniel Bell de otra forma como que la utopía ha sustituido a la religión y a ésta el vacio, desplazando la autoridad de lo sagrado a lo profano y la necesidad de experimentarlo todo desde el yo a base de permisividad, en lo que se ha dado en llamar ética liberal, nada aconsejable para encontrar los vínculos con los que coaligarse con los demás.
Otro indicio de la fiesta, el ruido y el desorden, la bulla como aportación de las clases populares, ha practicamente desaparecido. Del cuerpo bullanguero y exabrúptico se ha pasado al cuerpo soporte de comunicación burgués. No hay liberación sino lo que Alberoni denominó manifestación de dominio e intelectualización, actuando, en su extralimitación, todo lo más contra sí mismo por vía de las drogas, la exposición al sueño, al turrón de chocolate. Lo cual demuestra la tesis de Freud de que el cuerpo es para los individuos una de las fuentes esenciales de su desdicha, cercano al sadomasoquismo del deporte, con el cual casi podría homologarse a la Navidad si no fuera por su carencia de sensación mórbida, su instinto de muerte, el impulso autodestructivo y agónico mediante la tecnología punta que la Navidad hace del mazapán, sobre todo ahora que ninguna dentadura puede con el turrón duro.

Por lo demás, el dominio de las relaciones con el cuerpo y su representación, el carácter codificador de esas relaciones, la práctica ideológica de las mismas, la competición como modo de expresión espectacular de los cuerpos en acción y máquinas de rendimiento, y la jerarquización a la hora de los regalos, las comilonas, los cotillones, todo es bastante deportivo. Incluso los villancicos, que nos devuelven al origen del artículo, porque ¿puede un villáncico ser políticamente correcto? Los habrá, pero eso ya es otra historia.

jueves, 15 de diciembre de 2016

Rompetechos


Lo del techo del gasto surgió con las cenas navideñas de empresa, para integrar en esa democratización por lo pobre del ‘un día es un día’ tanto a carpantas como a la cofradía del codo, dando lugar así a esa institución inexorable que son los langostinos, el surimi y el canapé de paté, el plato al centro (aunque sea de forro o tortilla, con cubo de botellines, todo a 15 €), además del garrafón y la música ecléctica del baile morcillón final. 
Pero si hay algo que se haya hecho imprescindible para el éxito de esta ya tradición de última hora es el llamado kit de los 60, aportado vía impuestos por la sanidad (y sospecho que clave también en la poca abstención electoral a esa edad), que consiste en el famoso póker de pastillas, la del colesterol, la tensión, el azúcar y la de dormir (canjeable en fechas señaladas por otra más azul) con que tu médico de familia –ahora ya no son de cabecera, pues nunca te pillan acostado, aunque tú a ellos sí es posible–, pues eso, que te regala a la que rozas esa dichosa edad ‘de cuidarse’, unos antes que otros. Sin ese kit no se puede salir, y que además, la fiesta perdería a la generación por excelencia del ‘un día es un día’, el único por cierto que se celebra de noche.  
Y es que los techos, sean de salud, dinero o amor, están para romperlos. Por eso no me creo ese inventado ahora del gasto público.¿Pero es que esos Rompetechos pero con mucha vista que son los políticos, o sea ellos mismos, nos quieren convencer de que ahora se van a poner a ahorrar? No huele más bien a despilfarro, pero por lo legal, a cubrirse las espaldas? Y más con la fanfarria que suena por doquier: que si España vuelve a ir bien, que eso del déficit lo mejor incumplirlo (por algo el PP es la gran esperanza blanca de Merkel y alguna vista gorda habrá que hacer), o que si somos los mejores de Europa y todos deberían copiarnos, o al menos la ley mordaza parlamentaria –¡pero si ayer se llegó a afirmar que la participación en la Olimpiada ha sido todo un éxito!–. 
Una serie de cuentos de la lechera a cuya cuenta ya se andan regalando los ahorros futuros, con nuevos repartos a propios y socios, rescates a alibabá y sus 40 constructores, o en pensiones a cargo de fondos que serán irrecuperables, o el reflote del bipartidismo a costa del erario, y con Ciudadanos de mamporrero (¡venga Rivera, que no se derrame ni una gota!). El fin de año que vivimos peligrosamente (unos más que otros) está acabando como empezara, a golpe de estafa y chantaje, y en una auténtica mascletá, alegría, celebreision, que corra el champán, que vamos sobraos y paga la casa (o sea usted). 
Es la famosa estabilidad política. O sea que ahora sí que hay que preocuparse. Porque estos, a la que ven un barbecho, lo dejan hecho cisco. Átense pues los cinturones que vienen triunfales, y háganse nuevos agujeros para la hebilla. Acabaremos necesitándolos. Que es por lo que, lo confieso, siempre he envidiado a los italianos. Un país capaz de cargarse a un gobierno cada trece meses (lo que tarda una burra en parir) nunca es un mal principio.

viernes, 2 de diciembre de 2016

Progresando

Si hay algo que no se perdona a un progre es que siga ejerciendo de viejo. Y ello por tres razones. Una, histórica, al haberse instalado definitivamente que son puretas anacrónicos fuera de lugar (así como difusas las ideologías que los sustancian). Dos, cultural, al considerarse su masa jurásica de fracasados algo obsoleto arrumbado por la historia, una tara para el futuro, un estorbo evolutivo. Y tres, económica y por tanto definitiva, al devenir algunos de ellos como iconos del triunfo, y por tanto privilegiados, ya no se les admite ni una y el que se atreve es tratado como un  jeta cínico sin derecho a nombrar la soga en la casa del ahorcado, que somos el resto de (viles) mortales. 
Lo mejor para ellos y más tolerable por los demás es, pues, que hagan mutis por el foro y pasen a las bambalinas a disfrutar de su merecida y obvia decadencia. Lo demás es seguir tocando los huevos. Y no estamos por la labor. Aunque, como son tantos y bien pertrechados, se han acabado por convertir en el chivo expiatorio ideal de la idiosincrasia conservadora ya dominante, también entre ellos, muy por cierto, pese a las muchas apariencias con que se tratan de camuflarse. 
Además de que muchos no saben ya hacer otra cosa. 
Y ahí siguen, con sus chapas anti o pro algo en la solapa y sus declaraciones provocativas ad hoc (dicen estar encantados con España pero a la que ven un micro se creen que están en Francia y sueltan boutades o tontunas incomprensibles para ibéricos). Pero lo peor es que huelen a repe que te jiñas. A dejà vu (¿es que seré yo también progre?).

Pero lo peor de todo es que, a base de perdurar sin más, son la viva imagen del remake, la copia de sí y de acabar por repelar el pasado con fines de lo más prosaico. Algo imperdonable, sobre todo en el arte. La repetición, lo dijo Hegel, lleva a la parodia, y lo que al principio es simpático el tiempo lo hace patético. 
Y luego está que todo se ha cosificado últimamente y se le presume una vida útil, pasada la cual lo mejor es pasar a la reserva, quedando todo lo más como un vintage doloroso. El éxito tiene ahora fecha de caducidad, no impresa pero tácita, que no conviene exceder, al ser lo efímero ley, y la rotación, el dejar paso al mañana, obligada. Si no, eres un adoquín, una barricada para lo nuevo, aunque éste sea más viejo que lo destinado al trastero. 
El último condenado  de la lista ha sido Trueba, al que recuerdo con agrado ponernos películas (progres) en la facultad entre asambleas. Llevó a los Goya su pin de boicot a Coca-cola y ahora se queja del boicot a su última obra, un lifting de otra de hace mucho, y que muchos no veremos (y no es por boicotear) si no es bajada de internet o en la filmoteca municipal, siempre que no sea a la hora de cenar, que los programadores parecen empeñados en boicotear, o para que hagamos dieta. Jodidos progres.