jueves, 30 de marzo de 2017

Muy brevemente


El acto de Rajoy de ir a repartir el maná de los impuestos a Cataluña –¡pitas, pitas!–, tras años de estar echando tierra al asunto engordando así un problema que nos repercute a todos, es el penúltimo acto de indignidad política e iniquidad moral a que este tipo, entre otros, nos someten diariamente a la inmensa mayoría.

sábado, 25 de marzo de 2017

Cinematontunas: La mala suerte (o quizá falta de precaución) de Tito Donaldo


Las mulas dan algo más que patadas. Donald O’Connor no se había subido a lomos del éxito como tercero y no en discordia (por hacer el rol de colega indefinido sexual y más bien infantil, algo así como un perrito de compañía o un payaso), del famoso trío de Cantando bajo la lluvia junto a Kelly y la Reynolds, en 1952.

viernes, 24 de marzo de 2017

Procacidad

Pablo Iglesias, el de la barba en flor, la ha vuelto a liar. Esta vez por decir, ¡en el Congreso!, que a Mariano, según qué cosas se la bufa, se la suda y se la pela.

miércoles, 22 de marzo de 2017

Letras p'al cante, polo con macho

Distraimiento

Fuiste a coger una nube 
en lo alto del querer,
y estaba al fondo de mi alma
y no la supiste ver.

Salud, dinero y amor,
el mundo no tiene cura.
Yo sólo tengo el cantar

que hace las penas maduras.

martes, 21 de marzo de 2017

Contralápida

Un viejo es un niño que sabe que se va a morir. 
                                                                  Gloria Fuertes.


Entonces, ¿un niño es un viejo que no sabe que va a vivir?

lunes, 20 de marzo de 2017

Así tenía que ser

A los que pasamos nuestra primera vida –¿bienaventurado el que vive sólo una?– en medio de gentes amasadas en una cultura arcaica, acabaron siéndonos familiares expresiones como: “si está de Dios...”, “le tocaba ya”, “estaba cantado” o “nació así”, para proveer explicación de urgencia no sólo a los sucesos o a los célebres ‘eventos consuetudinarios que acaecen en la rúa’, sino también, y aquí viene lo bueno, a pautas permanentes de la vida, como las compulsiones, las actitudes, etc, pasando así por tamaña túrmix fatídica la revoltaza de biología y sociedad, materia y espíritu (permítaseme la perversión), naturaleza y manufactura que, con un añadido de especias al picadillo final, su embusado y oreo, definían la vida como una longaniza, a saber si digerible o no y preñada de esa duda de que la cosas no eran como empezaban sino como acababan. 
Y en esto llegó el saber.
Bueno, el saber llevaba tiempo instalado, lo que pasa es que no lo sabíamos. Pero nos íbamos a enterar. La nueva razón práctica declaró comatosa la predestinación animista y vulgarota preindustrial, poniéndola en manos de la fe instrumental, bastante más productiva pero llena también de curiosas paradojas. Y al fatalismo cateto sucedió el  ‘ilustrado’ y ‘revolucionario’ positivista del saber comprobado de la ciencia –cosa más tonta–, poniendo en cuarentena todo un sistema de conocimiento, lo mismo en la Naturaleza que en la Sociedad, así en la tierra como en el cielo, con  una convulsión que daba la exclusiva de la construcción social de las personas a un exacerbado materialismo y calificaba de idealismo recalcitrante a quien lo situase en el determinismo genético. 
Y aunque de hecho los dos fueran determinismos ideológicos en liza, solo el perdedor sería el segundo. Hasta ahora..., porque hete aquí que, barriendo para casa y ensanchándose en medio de las posibilidades de sus infinitos horizontes, la ciencia empieza a escupir nuevos resultados –y qué resultados, Dios santo (con perdón)– con que cambiarse de chaqueta, a otro determinismo genético, muy científico esta vez, no faltaba más.
Así, por ejemplo, fracasado todo el sistema loquero (lo social), la esquizofrenia resulta que depende de la propensión hereditaria de algún malagüero genético, restando relevancia a la solfa de neurosis, histerias y complejos; y por lo mismo pasas a las gratificaciones, pulsiones y ambiente como procesadores del carácter, una vez descubierto su posible aposento en el ADN. 
De igual modo, la orgánica cerebral y su división funcional será la causa a partir de ahora de los modus operandi femeninos y masculinos. Por no hablar de la amenaza pendiente sobre los homosexuales de un nódulo o algo así, y que debe ser una cosa muy fea, que anda amagado por ahí incitando al cuerpo a la sandunga. Al igual que la inclinación irredenta de otros hacia el alcohol, garantizada por una composición celular con desviaciones en sentido contrario, y tan mala para la circulación. Y de remate, la capacidad de excitación violenta que se baraja (tahures tiene la ciencia) para ciertos individuos en virtud de la difusión de algunos estímulos en su neurocórtex.
Y así, a novedad diaria. Miles de años para dar la razón a cosas que se veían venir por la predisposición a las aprensiones menganas, rechazos zutanos, fobias perenganas y rarezas fulanas, manifestadas por los sistemas linfático, simpático –lo cual es incomprensible– o el gástrico (de tan mal vino según casos) de cada quisque, y que hace que estemos perdidos, aunque no del todo, habida cuenta que aún no se ha podido comprobar causa científica alguna en la propensión al haraganismo de sureños, gitanos, jóvenes y obreros en paro, que no saben científicamente que el trabajo los haría libres. 
Está claro que la protociencia, empeñada de un tiempo a esta parte en sacar a relucir los intríngulis de la vida, ha vuelto sin quedarle otra, a las andadas veredas del inmanentismo antañón de la razón rudimentaria calificada por ella misma como de segunda, si bien partiendo de un punto repleto de razones de primerísima, pudiéndose decir que, partiendo del más alto materialismo científico se ha llegado a la más baja estofa de anuencia con la percepción primaria de las cosas. Y viceversa, a lo peor. Dios sepa, ¿no?

Y mientras los genes, el ADN y demás menudencias recorren el mundo, la formación de éste se llena de dudas que corroen de relativismo al absolutismo científico social, visto ahora como conducta impropia del saber por el propio empirismo a ultranza generado, metiendo al enemigo en casa para relevar a la vetusta genética social por la vanguardista sociedad genetizada, que esperemos que por ninguna de las razones uno de sus sesudos estudios comprobativos de marras demuestre que la gente de las clases altas se mantienen esbeltas y en forma gracias a su conformación genética especial. Porque entonces sí que estamos perdidos: a más de uno se nos iba a ver el plumero.

viernes, 17 de marzo de 2017

El auto feo


La que se avecina contra los coches viejos empezando por grandes ciudades como Madrid o Barcelona –los radicales libres al servicio del sistema opresor– es otra prueba de que el mundo se reserva cada vez más el derecho de admisión…de pobres, en este caso motorizados. Y eso para circular. De aparcar, ni hablamos. 
Para acceder a su menester de dependientas o camareros del centro, los parias de extramuros tendrán dos opciones, o ir en taxi o en transporte público (o no trabajar, que es más fácil). A elegir: dejarse, o media paga o media vida en el intento, pues el éxito de llegar no está garantizado. 
Es la nueva criminalización del débil (aquí a motor) que, como se sabe, es lo único que no se puede ser por estos lares, por considerarlos un peligro, al contrario que en los países llenos de ellos, donde, debido a su normalización y ocupación de prácticamente toda la pirámide social, todas sus amenazas son asumidas con naturalidad, y vocean, escupen, fuman, emiten gases (varios), engordan y se exceden sobremanera sin que por ello les sobrevenga ningún régimen inquisitorial como el de nuestro paradigma vital, tan moderno, ese que habla de solidaridad, pone la convivencia por las nubes, se derrite por la continuidad del planeta, y va de despropósito en despropósito, al compás de tiranías (necesarias, nos dicen, y por nuestro bien) impuestas por el quiero (cambiar el mundo) y no puedo (más que quedarme con el que hay). Y el tener que gobernar a un individuo muy evolucionado, masoquista, quejica, con hernia discal de serie en la quinta vértebra lumbar, o quinta del gordo (no confundir con la del sordo, que esa el chalé de Goya), amén de un asesino impune de viejas peatonas, bicis y ecosistemas (tal es el tópico), como lo es todo el que maneje esa magnum de cañón largo que es un auto de antes del 2000. O sea la mayoría. 
Todo el que tenga un arma así, además de hacer el payaso (¡vamos de paseo, en un auto feo, pero no me importa, porque llevo torta!, cantaban los de la tele) y disfrutar usándola, matando a la gente y al planeta, a pedos de coche, sepa que el chollo se acaba, teniendo de tope hasta el 2020 para gasear todo lo que pille. Es la moratoria criminal. 
Después, o antes, más bien, al ritmo de Arruíname otra vez, habrá de cambiar de coche en pleno ruinazo, o, en su defecto, acabar tan ilegal como la tenencia y consumo de drogas, aunque no sean para el tráfico en lugar público. Que en este caso sí lo es, pues no hay mayor sinsentido que mantener en el garaje un arma tan excelsamente letal como es un coche
Eso sí, eliminar con el coche a vecinos, falsos desconocidos, exnovias y otros congéneres seguirá siendo la forma más barata e impune de exterminio. Así que no está todo perdido.