El imaginario colectivo del bienestar es bien sabido que va por barrios. Así, aparte de algo que garantice la supervivencia, si en Francia, por ejemplo, empieza a serlo el transporte, en España, por cuestiones históricas de escasez, culturales de apego y laborales como el horror al traslado como vicio paleto, se valora más la vivienda; o la educación como medio (ya casi inviable) de ascenso social, y, sobre todo, la sanidad, esa obsesión tan extendida por ser considerada en realidad como nuestra verdadera dieta mediterránea, cuyo principal capital es el humano, descartada la gestión que, aunque no carente de medios, es penosa, siendo la primera gran baja de este entuerto la ambulatoria, defendida entre el desaliento y el denuedo, y prácticamente irrecuperable.
Quedaba así como bastión principal, la hospitalaria, y es sobre la que ha recaído, por varias razones, el peso de la huelga, que ya iba siendo obligada, entre otras cosas para que el usuario que ‘apoya la cosa’ con la boca pequeña, y está deseando que acabe para ir a alguna consulta perfectamente aplazable cuando no prescindible, pues en el fondo considera a los médicos una clase privilegiada, bien cobrada y con alto estatus, que sepa que, de clase, nada, sino más bien se trata de eliminar esas barreras de clase (salariales y otras) entre médicos, que la administración, intencionada e interesadamente, ha venido manteniendo, cuando no incrementando, a fin del divide y vencerás, y que genera unas diferencias profesionales, discriminación y agravios que redundan, siempre, en un peor servicio y, a la larga, en el deterioro seguro de los hospitales, más aún quiero decir.
Vamos, que era algo que ya estaba tardando. Una reivindicación laboral, ante un ministerio cuya incompetencia es manifiesta (aunque la parte autonómica no se quede atrás, por mucho que se vaya de rositas) y que va a dejar el marrón, a buen seguro, a los que vengan. Y entonces, todos esos gestores, esos y esas que no han pisado desde hace…?, una consulta, se volverán a poner la bata blanca para luchar contra las derechas extremas.
Y es que lo están deseando. Por eso, quizás, lo estén dejando todo por hacer.