Lo catastrófico era hasta ayer tarde la ocasión ideal para que el poder se luciera en el control del caos, su gran enemigo, y, supeditando aún más a los gobernados, reforzarse. En los 70’ el cine de catástrofes, enseñaba que, gracias a la tecnología, las fuerzas del orden y otros servicios varios, o sea, el estado, podía con todo.
Pero eso parece que se acaba, lo cual es una novedad radical, de estar ya en otra época, otra fase de la historia, y preocupante, pues resulta que la baza más importante de la parte visible del poder, eso llamado aparato del estado, todas esas estructuras públicas o semi, desde una pedanía o una ong hasta Moncloa, que servían hasta hoy de sostén y garantía de ir para adelante, es el relato. Que cuando se vacía ya es sencillamente alucinante, pues se reduce a eslóganes, consignas, lemas que parecen sacados de esa revoltaza gigantesca de fango, muebles, cacharros, basura, coches -y su autonasia urbana- y miseria acumulados como excremento inevacuable de esta Dana.
Y el poder, incapaz de otra cosa, se pone a ras del barro, a la altura del betún, al nivel del populacho, y mientras este proclama, como le es propio, que “el pueblo salva al pueblo”, Sánchez declara que “el estado somos todos”.
Y la práctica política queda reducida a un duelo de gilipolleces, pues si el pueblo, esa entelequia que no se sabe ni lo que es, jamás se ha salvado de nada y menos a sí mismo, decir que un desgraciado en la puta calle, hecho trizas, y huérfano de casi todo es parte del estado, como mínimo es mentira y un insulto.
A no ser que se refiera, siguiendo con el populismo de baja estofa, a los solidarios del finde, del turismo de catástrofes, o a esas columnas con la pala en ristre -¡aiho, aiho, cantando al trabajar, tra, la, la la, aiho!-, esa nueva Revolución Cultural de Jóvenes Guardias de la solidaridaaad, dispuesta a darlo todo, y gratis, sin cotizar -y sin eso no hay pensiones (aunque ellos como no las van a tener de todos modos…)-, aunque da muy bien en la tele, ¡hale, venga, a gozaaar!-.
Buena voluntad y bazofia.
Mala mezcla. Pero es lo que hay. Comprensible en los que echan mano del estado,
antes del bienestar, y no lo encuentran. E indecente en quien quiere hacerlo
nuestro y endilgárnoslo cuando ya no nos sirve.