Nuestro Consistorio puede dar en el asa del nuevo marketing turístico rompedor para allegar forastería que se deje unas perras por aquí, revolucionando esa industria inaudita del trasiego humano de plaza en plaza en la que la materia prima es el tedio,
la fuerza de trabajo los camareros y la plusvalía un sinfín de fotos que se perderán como lágrimas en la lluvia, con la idea de que se nos acepte como destino feo pero resultón, que es cuando, ya se sabe, no te comes un colín y te tragas el primer (o último, si eres taimado/a) callo que encuentras.Un plan perfecto. –aunque ya dijo Céline que como de verdad se viaja es leyendo–, si bien un tanto confuso, pues parece pergeñado más desde la falsa humildad de la seguridad de mear agua bendita, que desde la modestia de saber con lo (poco) que realmente se cuenta.
Y ahí es donde se echa en falta la audacia, ya que, más que sugerir unos encantos ocultos, esos otros secretos nada inconfesables y placeres teñidos de misterio absurdo más allá del monumento y lo pedestre, incitando a su búsqueda gozosa, lo que habría que mostrar abiertamente es nuestra cara menos oculta, vendiéndolo a los viajeros capaces de asombrarse que aún queden como ciudad antiturística por excelencia, y elaborando, como es menester, planes precisos para poder saborearla a tope.
¿Para cuándo un circuito de ciudades hermanadas por la mierda? |
O visitas guiadas por “La gran cagada”, ese circuito prácticamente inacabable de mierdas, de perro, paloma y otras guarrerías, típicas de ciudad tan resultona. O un juego para superar el nuevo ordenamiento del tráfico, con bonus culturales para los que lo superen. Todo es cuestión de plantearlo. Y echarle aún más morro.
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