miércoles, 11 de noviembre de 2015

Moviliario

Si hay un mobiliario urbano verdaderamente antiestético en cualquier ciudad ése es un concejal hablando en plena calle por el móvil.
El aspecto ido cuando no netamente histérico de broker de bolsa (“¡compra! ¡vende! compra!”) que suele acompañar al uso callejero del móvil, resulta cuando menos ridículo en quien debe emplear sosiego y templanza con los menesteres más domésticos; como infantil es esa necesidad infundada de jugar a lo Bond, James Bond, con alta tecnología para dar a entender un nivel que para nada se le exige, sino todo lo contrario, peatonalizarse para ser accesible, cercano y conciudadano, y no ese andar gacho y huidizo, como a tumbos (pues si según Tráfico se conduce mal en ciertos estados, no veas en estado de concejal), tan maleducado y ciertamente grosero que nos hace abandonar toda esperanza ante esa imagen perdida cuando no esquiva, escondidos para no ver o no ser vistos, como los niños que se tapan el rostro con las manos, tras un fetiche por el que al parecer evacuan consultas y otras cosas tan perentorias o más cuya gestión resulta tan inaplazable que han de resolver in itinere, que así saldrán luego, o al menos esa es la impresión de aquí-te-pillo-aquí-te-mato que causan en el vecino y sin embargo votante, cuyo vértigo ante tan desordenada visión alcanza luego a luego a sus bolsillos.  
Pero todos sabemos que lo peor de tal acto no es lo dicho, sino que si nos es tan familiar, es porque les es gratis, y teniendo en cuenta que si los políticos son de por sí de hablar gratuito, si encima llaman, y con cargo al presupuesto, además de la inquina que eso incrementa en el vecino, ello supone una demostración inmejorable de mala administración de los bienes prestados, que cuando son abundantes como el puesto a su disposición, resulta aún más indigno atiborrarse mostrando hambre de móvil, con esa imagen de alampados, traspellados de verbo, que dan por la rúa. 
¿O es que, un suponer, si el consistorio facilitara a sus ediles una cantidad indefinida de alcaparras se las echarían al colacao para desayunar?
No. Yo creo que lo que todo esto demuestra es que les pasa como a esos niños de seis años para los que han inventado móviles para comunicarse con sus padres, sencillamente porque les falta la comunicación básica con ellos, teniendo que acudir por tanto a otra más secundaria, y que tanto apego por las microondas de estos inalámbricados quizás se deba a su desimbricación real en el contexto que dicen representar, que tratan de remediar con verborrea que suena a soliloquio. Algo que podrían paliar dejándose en casa sus móviles –los cacharros, ya que los otros, ni soñarlo– y tomar de su propia receta y subir en el bus, que seguro que también es gratis para ellos, como para esos miles de ciudadanos subvencionados que no pagan ni a tiros, y se fijen un poco en su ciudad, de la cual no tienen que avergonzarse más que cualquier otro vecino.
Si eligen un día de esos de lluvia apenas entrevista, que a pesar de la aridez del clima, antes magnífico para los tuberculosos y reclamo ahora de una prosperidad celestial, pues a fuerza de mal oraje todo lo demás tiende a paradisíaco, verán que aquí, aunque parezca una lluvia seca, llueve bastante, a juzgar por los charcos que con impune facilidad se forman a cada recodo para ahorrar agua de ducha con la impagable ayuda de los coches aspersores, compensando así el gasto sin control, pero sin duda imprescindible, llevado a cabo por anegadores de césped, camiones cisterna privados y públicos, la empresa de limpiezas y otras más particulares que limpiamente y con sólo una llave de paso piratean o despilfarran, eso sí, lo justo para concienciarnos de la necesidad de su ahorro. Gracias por tanto.
El transporte público está para eso, para hacer turismo y ver mundo. O es que alguien pensaba que estaba para solucionar el acceso a los centros de trabajo o los barrios de una ciudad diseñada como una metrópolis de juguete, con todos sus defectos y ninguna de sus virtudes. Así pues el paseo (en autobús), aunque prohibitivo hasta la jubilación, tiene tal poder de humanización y tal capacidad de dar forma a lo amorfo y vivificar lo inerte de cualquier mueble urbano, que debería ser obligatorio para los concejales, e incluso podría llegar a movilizar al de movilidad.
Es más, retruco, y propongo –vamos a echar la ventana por la casa– que se cree una Vuelta a la ciudad en Siete Buses, que según los días o los recorridos, permita contemplar, los lunes, esas melés de las rentrés más atocinadas que un gorrino petrén, con pasada gratis por los hospitales; los martes, la maravilla del juego de cometas que forman sin querer bolsas y papelorio del mercadillo a un kilómetro a la redonda, y visita relámpago con guía–guardaespaldas explicativo; los miércoles podrían dedicarse a disfrutar de los baches, los rompesuspensiones, las obras, las cargas y descargas, con seguimiento especial de algún alumno de autoescuela, lúdico total; los jueves podríamos aproximarnos al botellón central de la zona de copas, acompañados de algún experto en vudú que aportase lo suyo a ese fenómeno protagonizado por los poseídos por el agua de fuego y otras, con degustación de algún chupito o algo; para el viernes sería ideal una especie de expediente X investigando sobre los olores a purines  –¿tanto cerdo hay aquí?–, gases o humos producto de incineraciones, y luego jugar al “busque y, sin comparar, si encuentra una plaza de aparcamiento, ocúpela”.
Llegado el sábado se podría aprovechar para elaborar un mapa de cagadas de perro, papeleras fuera de servicio, esquinas bloqueadas o disfrutar con el bonito juego de detectar a ojo el grado de alcohol de los conductores. Ah, el mapa mejor presentado podría ser premiado con una invitación al teatro o alguna inauguración. Y ya el domingo se podría dedicar perfectamente a esquivar vidrios, resacosos, borrachos (o atropellarlos, si se va a ir después a misa a comulgar, evitando de paso así a sus madres el disgusto de oírles poner faltas al arroz), o simples trasnochadores trasmañanados, confundidos con la noche.

Como se ve, un programa variopinto y abarcador del expectro ciudadano. Habrá a quien les parezca simplón, penoso por sencillo o poco excitante; pero tranquilos: a esos, a los masocas, suicidas, héroes o con algún otro desequilibrio, se les facilitarían bicicletas y en un momento dado se le bajaría del autobús y se les pondría a merced del carril bici. ¿Alguien da más?

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