La feria de Albacete, que es algo así como Kamela, que todo dios
ignora pero venden pa aburrir, ha convocado otra vez más gente que ñus una
charca del Serengueti. Dicen que más de dos millones, o al menos esos son los móviles
detectados por los artilugios de la cosa en el ferial durante esos diez días
que conmovieron nuestro pequeño mundo. A eso le llamo yo movilización.
Mientras
tanto y por doquier, intelectuales de todos los calibres y canales, alguno incluso
a medianoche desde el templete interior del ferial, se siguen devanando la
sesera para ofrecer alguna conjetura del porqué, en pleno chuleo, vacile y
pendejeo de los políticos elección tras elección, aquí nadie se moviliza, siendo
la letal actitud del común la pasividad, presentar el otro carrillo (de cara o
culo, oh confusión) y un alegre laisser
faire, tan propio de la actual era de la contemplación, sospechosa de una desmovilización
programada, para vencernos por aburrimiento y, con los cuatro votantes que
queden, poder seguir llamando a esto democracia y hacer de las suyas cierta
gente.
Es lo último en opinión pública. Y algo habrá de eso, aunque sea
conspiranóico. Pero no el meollo de la cuestión, pues si algo quieren los
políticos es que participemos, que para ellos es votar. Pero sobre todo que
asistamos a un espectáculo que ya es diario, estemos pendientes de sus números,
y opinemos, aplaudiendo o despotricando. Que es lo que hacemos. Y con esa
encuesta perenne de cháchara y ruido van modulando el show, pero sin soltarlo. Y
listo.
Es la democracia audimétrica, la del aplaudímetro y las redes, la de la
sociedad instantánea y de batiburrillo en la que lo más importante, también
para el gobernado, no es votar o cogestionar sus intereses, sino estar ahí, en
vivo y en directo a ser posible, y reaccionar y responder a todo, y mostrarlo
como forma suprema de relación (lo más valorado) dejando constancia de sí
diciendo me gusta (o no). Una expresión elocuente de esta nueva demo chat son esos congresos con
votaciones vía internet, el sumun de la democracia directa.
Y es que a cada vez
más gente le satisface más sentirse público permanente conectado, y jugar, que
arreglar de verdad lo que en el fondo se sospecha no tiene arreglo. Para lo
cual hay que vivir movilizado (será por móviles), participar y no ser
antisocial, pero como un fin en sí mismo, de una forma intrascendente,
desmovilizada. Lo típico de la
democracia meramente chismosa de wifi-bar que nos invade, más virtual que los
dibujos animados.
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