A la Cifuentes le sobra un
máster y le falta un hervor. O más. Como a casi todo político profesionalizado,
que acaba apartando de sí el cáliz de las ideas para abrazar el posibilismo
como regla para vencer (y permanecer) en esa germanía cuyas armas son la
corruptela, el fraude, el trapicheo y otras cosas peores.
Quien perdura pues es sospechoso de lesa inmundicia. Y muy pocos son conscientes de ello.
Quien perdura pues es sospechoso de lesa inmundicia. Y muy pocos son conscientes de ello.
Obligados a
la endogamia tribal y el familieo de secta, pierden pie de lo real y solo son
fieles al relato que se construyen entre ellos, para así justificarse ab
infinitum. Y algunos hasta se lo creen, lo cual, ay, es algo humano. Todos pensamos que lo que es bueno para
nosotros, o nos lo hemos ganado o es pura suerte –los que nos benefician, fieles
al anonimato de la verdadera bondad, raramente salen a la luz–; lo malo, en
cambio lo achacamos a otros, a la conspiración malévola tras la que siempre
está el culpable real, que, como la mierda, saldrá a la superficie, a flotar.
¿Negra? ¿No será la que le ha hecho el máster? |
Son así de increíbles. Y a la que los pillan en renuncio lo niegan a
lo Pedro, esperando que el súbdito, deslumbrado por el aura que creen
desprender, piense que alguien con tanto glamur no puede rebajarse a falsificar
documentos, colarse en una lista, dar un palo (y no al agua), abusar de la
posición, hincharse a comer a cargo del erario, usar al chófer de recadero, a
los ujieres como mandaderos, gobernarle una pensión extra a la suegra, colocar
a alguien para tirarle los tejos, cobrar dietas extras como sea, o cualquier
otra bajeza.
Tan humano todo como fácil de realizar desde la poltrona, y que
cuando ya tienes un nivel encargas a otros esbirros más meritocráticos. Que es
cuando crees que ése ya no puedes ser tú y, para demostrarlo, amenazas con
tumbarte a lo faquir en el sofá de clavos del escrutinio público. Y claro,
falta esparadrapo.
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