Archivo de Índex nº
320.238,765,2
El laberinto de Minotáurez,
versión postgaláctica
Una vez hubo un rey agonías que tuvo la osadía de hacérselo por lo
electoral convencido de que el pueblo perdería el culo por él, y para ganárselo
y hacer lo que le viniera en gana, le prometió un toro marino, para lo cual, el
monarca tuvo que lamerle la trasera a modo a Posidón, para que le agenciase un
hermoso ejemplar blanco, algo asabanado pero molón.
Pero hete aquí que a la
hora de la verdad, el dios, donde dije Diego se marcó una becerrada minusválida
y les soltó un bichejo con fiebre aftosa, apalancándose para él el sabanero. Y
no contento aún, le manda a la reina consorte un encoñe tal con el torito que
le busca la perdición. Y hala, todos los días a la pradera, ignorando los
tábanos y la maledicencia, para comerle la moral con mimos y otros arrechuchos
que muchos bípedos ya quisieran para sí.
Pero el toro, o era de espuela enrobinada o tenía marchita la margarita, y
su cachito de cielo, harta de tanto empeine, fue y se buscó una vagina
artificial de pega, dentro de la cual la doña se acomodó para quedarse con lo
que en ella escanciara el machito.
...Y así fue cómo engendró un
peloticas con un peloto de tal cornamenta playera, y una galufa de carne humana
tan imponente, que el rey, para no hacer más el redículo, se la envainó y lo
escondió en el laberinto ideado por Dédalo.
Sí, el mismo. Y allí, lo alimentaban
con los ternascos humanos que Atenas cotizaba a Minos como deuda de guerra por
haberle hecho el cuello a su hijo el atleta Androgeo, por acaparador de
laureles en las olimpiadas.
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¡Estoy hasta los huevos de llevar cuernos y que encima me llamen Franki! |
Y dicho y hecho, partió con ese tema monográfico a hacerle el haraquiri al
chantaje. Porque Teseo, aunque venático, no era gili y veía que su herencia se
la zampaba el cornúpeta. Pero, a lo que íbamos.
Una vez en el sitio, Teseo hizo migas con la hija del rey, que antes de
pegársela su señora con el toro, había ido a por la parejita. Y Ariadna, como
que se quedó pillada y a la recíproca, pues ella hilaba fino. Y cuando el mozo
resolvió internarse en el laberinto, como no tenía ni remota de la forma de
acabar con el asunto, la muy tontuela, para seguirle el rollo al maromo, que no
se estiraba mucho que digamos, le dio un ovillo para su desenrolle, de ahí el
dicho de dar carrete, tanto para largar como por si pican.
Ya en el laberinto, Teseo oyó mugidos hostiles en cada esquina, y en un
recodo unos enormes cuernos le salieron al paso. El guerrero los esquivó una y
otra vez, y bramando, derribó al monstruo, desriñonado a pie de obra, hasta
romperle el cuello entre espumarajos, con la lengua fueraborda. Y siguiendo el
hilo, Teseo volvió con su santa, llevándola consigo en su viaje de vuelta, solo
que, entre revolcón y revolcón, esbirro de su reputación, estando en Naxos,
mientras Ariadna dormía, cortó amarras y zarpó, dejando tirada a la del textil,
quedando claro que iba de grumete.
Lo malo fue que, de inflaccionado que iba de sí, olvidó el santo y seña
concertado con su padre Egeo, de cambiar las velas en caso de éxito, y cuando
éste las vio igual que al partir, lo creyó frito y se tiró al mar. Moraleja: no
hay mayor fracaso que el triunfo solitario ni soledad más grande que el éxito. Chúpate esa,
Perico.
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