El idiotismo es parte de la argamasa del ser humano. Y ni el descreer ni el olvido como antídotos funcionan demasiado. Al contrario. Ejemplo.
Ahora hace 50 años que acabó la Revolución Cultural, en la que gente, urbanita por lo general y con el cerebro a medio hervir la emprendió contra los señalados por el poder como enemigos (las célebres Cinco Categorías Negras) obligando a los que dejaban vivos a redimirse en el campo, previamente limpiado –a Lin Piao, a ese, el subjefe, también lo limpiaron– de campesinos con tierra. Comparado, lo del Covid ha sido un jueguecito (¿de diseño?).
Pues bien, aún caliente el genocidio, toda una promoción de por aquí recién destetada adoptaba esa loquera como su guía y su luz. Naturalmente, se predicaba en los bares –de La Zona, la única creación de dicha generación–, burladeros prudentemente alejados de la azada, y conociendo la hoz apenas por el dibujito de los panfletos. Todo de lo más normal. "Que se abran cien flores y cien escuelas de pensamiento
compitan". Mao.
En la ilustración, flor abierta.
Lo raro y más preocupante es que algunos procedían de verdad del campo. Porque, o de verdad creían en él como el paraíso y panacea social, lo cual era muy chocante con su marxismo declarado, que siempre calificó al campesino como el elemento más atrasado; o, peor aún, que pensándolo, pero tratando toda la vida de huir de él, como era visible en su tenacidad por escapar de vendimias, ganados, barro y demás lindezas, y su creciente apego al agua caliente, el asfalto y la calefacción (ah, y los escaparates), de pronto volvían al fanatismo del mataero y el arreburra como formas supremas de organización social. Y si se te escapaba una sonrisa o una ironía (por conocimiento de causa) te acusaban de falta de espíritu revolucionario.
Gracias al cielo, no ganaron, o sí, pues luego correrían a integrarse en el nuevo sistema de pasteleo y pesebre, volviendo a La Zona ya con mando en plaza cambiando el manchao, el vino con vermú, por otras sustancias más de moda. Pero al campo lo dejaron en paz. O sea, en manos de la gran cadena de poderes que lo exprimen, con el campesino (rico o pobre) como esclavo de todos, que no puede liberarse ni haciéndose maoísta. Tan solo largándose.
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