viernes, 19 de abril de 2024

Rentas

 

La declaración de la renta siempre suscita alguna reflexión fatua, más allá del tópico que un pobre pensionista (que es un decir, por si jode) como yo tenga que pagar, y que a un pobre rico típico le salga a vomitarle la caja registradora. 

Una nimiedad irrelevante que podría explicarse por otra hipérbole surrealista, como es que un negociante como el novio de Ayuso, uno más de la Europa de los mercachifles, y de ahí su esencia, sea embanastado por no cotizar lo debido, y una serie de malversadores de caudales públicos sean amnistiados (fiscalmente, además) por el hecho -iba a decir mero, pero en realidad son escualos- de ejercer, o mejor, hacer de políticos, aunque ello suponga establecer una diferencia demasiado optimista entre muchos políticos y la delincuencia.

 Lo que establece no solo un precedente para futuros navegantes por el proceloso mar del trapicheo de la vida, sino también un referente, que es algo de más alcance al elevar a categoría moral al que defrauda, despilfarra o roba a manos llenas si está bien legitimado (y hasta beatificado por su peña), mientras que el ciudadano del montón que hace una pifia o comete un “error” -y aunque el ciudadano “novio de” ya no sea tan del montón, al estar más bien subido encima de él-, es perseguido, mortificado y esquilmado a porfía inspectora como bandidos in pectore (aquí ins pectore). 

Y da que pensar. Pues quizá por eso haya tanto canalla metido en política, ya que es el único, oficio iba a decir, pero me abstengo, y digo empleo, en el que está permitido, e incluso obligados, a despachar el dinero de los demás sin más control (ja, ja) que el de ellos mismos. Y a la inversa, el que tira de veta con dinero propio, sea ganando o gastando, es vigilado y penalizado como una rata. 

Y es que es ahí donde estriba la clave del asunto. Pues el dinero público no es de nadie, al ser de todos, y por tanto es de quien lo tiene y disfruta, que son los políticos. Y el dinero privado siempre es de alguien sospechoso, y por lo tanto expropiable. Por el bien de la humanidad. Y el caso es que luego, los que más pagan son los pobres. Claro, los sospechosos habituales.

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