Cuando empiezas a
vivir piensas que es un fregado de la hostia. Una de Ford y Peckinpah juntos. Pero
una vez visto te das cuenta de que era un simple musical, y bastante memorable.
Con los años pasa eso. Igual que con el año. Arranque de caballo y parada de
burro. Y si hay un mes burro y viejo ése es Diciembre, topicazamente otoñal,
nirvana inmóvil, frío, putrefacto y mohoso, el proveedor de la levadura para la
masa madre de otras doce cochuras previstas ya en la artesa del calendario, esa
ilusión que tanto suele devenir en espejismo para tantos, pues si entonces (muy
entonces ya) apenas despuntabas en un botón de flor ya estabas pidiendo la
pezorra del cochino recién sacrificado para hacerte la zambomba con que cantar y
declamar todas las viejas coplas recién descubiertas como tuyas, muchos años
después, una vez olvidadas, secuestradas en la mazmorra de ese gran enemigo que
siempre nos sobrevive, que es el tiempo, apenas si recuerdas el sonsonete con
que ronronearlas, y todo lo que parecía iba a ser épico y eterno, aquel
edificio levantado con palabras que antes de habitarlo ya nos sabíamos de
memoria, lo hallamos desvanecido, derrumbado letra a letra, dejándonos inermes
en escena, como el actor que se queda in albis, olvidándose de su texto tras
haberlo representado durante décadas.
Ése somos. ¿Cuándo se nos olvidó la letra
de nuestra canción? Cada cual a su tiempo –ven, siempre está ahí–. Y es ahí, en
ese blanco mental cuando, como una llama, surge el último recurso de ponerse a
silbar, quizás tararear aquella banda sonora inesperadamente recuperada.
Y te
das cuenta de que la vida, sí, se compondrá de letra y música, pero, con el
pasar, las letras que armaban su argamasa de himnos, credos, mandamientos,
plegarias, cuyo mayor orgullo era saberlas al dedillo, ahora son solo temas –¿y
no es eso la vida, un temario?– que no acertamos a recitar, y los que se nos
quedaron solo son meros mantras, rosarios sin mucho sentido.
En cambio, la
música sigue, y es como los olores, la clave (de sol, por favor) del último
eslabón con lo que fuimos. Y vemos que nos es tan grave, pues es como aquellas
canciones extranjeras que chapurreábamos desolados por no saber qué decían, y
cuando al fin las desciframos, vimos que mejor olvidarlas y quedarnos solo con
la melodía. Que es lo mismo que pasa con el año y su hermano mayor, la vida. Y
que siga.