lunes, 19 de diciembre de 2016

Adventicierías

¿Es la Navidad políticamente correcta? No me refiero a si es propio de estas fechas que los padres de la patria se acuerden del padre de otros padres, o si es censurable el precio de las bocas que arrastran mi boca, boca que me has arrastrado... y todo eso. No. Sencillamente me refiero a la felicidad como suceso paranormal, a si ese espíritu navideño fraguado a golpe de dulce viscosidad autocomplaciente tiene ingredientes políticamente correctos.
Receloso como soy, cuando a la pregunta  ¿eres feliz? alguien me dijera “no”, yo diría  “menos mal”, por considerarlo signo de inteligencia. Aunque dé por hecho que en tamañas fechas poca gente me lo precise, pues considero que el coyuntural contento viene inducido porque la gente se lleva demasiado mal como para discutir, y todos prefieren ir de buenos, que, como se sabe, es enenemigo de lo óptimo. Es por eso que es necesario hacerle una resonancia al alma de ese goce de sobaquillo que se nos avecina, a riesgo de quedar como un hombre llamado agorero, que también es prejuicio, pues no descarto que haya en efecto mucha gente feliz, aunque, intransitivo, repito: ¿puede ser correcta tanta alegría?,  ¿ha  de ser la Navidad una época feliz?
Evidentemente, las preguntas tienen truco con el que llevar a si la felicidad se tiene y la alegría se promulga, queriendo decir con esto que lo primero que hay que distinguir es si la Navidad es una fiesta y por tanto promovida por el poder para exaltarse en la alegría, o es una simple manifestación antropogénica de haber llegado un año más a eso que popularmente se llama comerse el turrón, cosa que está claro es su origen primero pero que no vamos a tal sino a si ello da para llegar al extremo de tenerse que comer una tasa de cinco kilos de mantecados de vino blanco por el mero hecho de  dártelos tu madre, un suponer, y por el estilo.
Estrictamente, la Navidad no es una fiesta, por no darse la esencia de ésta que es la de ordenarse la desobediencia ritual. Tampoco crea un espacio público propio sin utilidad económica, política o comunicativa, que es otra gran virtud de la misma. Y proclamar la intimización y la consagración del individualismo familiar. Tiene pues, en contra al individuo y la sociedad modernos, que con la guía de la inmediatez como constante, la independencia como vehículo y la igualdad como energía, según Tocqueville, convierten a esta época en una pura passion matériel  revisitada. Cosa dicha por Daniel Bell de otra forma como que la utopía ha sustituido a la religión y a ésta el vacio, desplazando la autoridad de lo sagrado a lo profano y la necesidad de experimentarlo todo desde el yo a base de permisividad, en lo que se ha dado en llamar ética liberal, nada aconsejable para encontrar los vínculos con los que coaligarse con los demás.
Otro indicio de la fiesta, el ruido y el desorden, la bulla como aportación de las clases populares, ha practicamente desaparecido. Del cuerpo bullanguero y exabrúptico se ha pasado al cuerpo soporte de comunicación burgués. No hay liberación sino lo que Alberoni denominó manifestación de dominio e intelectualización, actuando, en su extralimitación, todo lo más contra sí mismo por vía de las drogas, la exposición al sueño, al turrón de chocolate. Lo cual demuestra la tesis de Freud de que el cuerpo es para los individuos una de las fuentes esenciales de su desdicha, cercano al sadomasoquismo del deporte, con el cual casi podría homologarse a la Navidad si no fuera por su carencia de sensación mórbida, su instinto de muerte, el impulso autodestructivo y agónico mediante la tecnología punta que la Navidad hace del mazapán, sobre todo ahora que ninguna dentadura puede con el turrón duro.

Por lo demás, el dominio de las relaciones con el cuerpo y su representación, el carácter codificador de esas relaciones, la práctica ideológica de las mismas, la competición como modo de expresión espectacular de los cuerpos en acción y máquinas de rendimiento, y la jerarquización a la hora de los regalos, las comilonas, los cotillones, todo es bastante deportivo. Incluso los villancicos, que nos devuelven al origen del artículo, porque ¿puede un villáncico ser políticamente correcto? Los habrá, pero eso ya es otra historia.

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