Lo del techo del
gasto surgió con las cenas navideñas de empresa, para integrar en esa
democratización por lo pobre del ‘un día es un día’ tanto a carpantas como a la
cofradía del codo, dando lugar así a esa institución inexorable que son los
langostinos, el surimi y el canapé de paté, el plato al centro (aunque sea de forro o tortilla, con cubo de botellines, todo a 15 €), además del garrafón y
la música ecléctica del baile morcillón final.
Pero si hay algo que se haya
hecho imprescindible para el éxito de esta ya tradición de última hora es el llamado kit de los 60,
aportado vía impuestos por la sanidad (y sospecho que clave también en la poca abstención electoral
a esa edad), que consiste en el famoso póker de pastillas, la del colesterol, la
tensión, el azúcar y la de dormir (canjeable en fechas señaladas por otra más azul)
con que tu médico de familia –ahora ya no son de cabecera, pues nunca te pillan acostado, aunque tú a ellos sí es posible–, pues eso, que te regala a la que rozas esa dichosa edad ‘de cuidarse’, unos antes que otros.
Sin ese kit no se puede salir, y que además, la fiesta perdería a la generación por excelencia
del ‘un día es un día’, el único por cierto que se celebra de noche.
Y es que
los techos, sean de salud, dinero o amor, están para romperlos. Por eso no me
creo ese inventado ahora del gasto público.¿Pero es que esos Rompetechos pero con mucha vista que son los políticos, o sea ellos mismos, nos quieren convencer de que ahora se van a poner a ahorrar? No huele más bien a despilfarro, pero por lo legal, a cubrirse las espaldas? Y más con la fanfarria que suena por doquier: que si España vuelve a ir bien, que eso del déficit lo mejor incumplirlo (por algo el PP es la gran esperanza blanca de Merkel y alguna vista gorda habrá que hacer), o que si somos los mejores de Europa y todos deberían copiarnos, o al menos la ley mordaza parlamentaria –¡pero si ayer se llegó a afirmar que la participación en la Olimpiada ha sido todo un éxito!–.
Una serie de cuentos de la lechera a cuya cuenta ya se andan regalando los ahorros
futuros, con nuevos repartos a propios y socios, rescates a alibabá y sus 40 constructores, o en pensiones a cargo de fondos que serán irrecuperables, o el reflote del bipartidismo a costa
del erario, y con Ciudadanos de mamporrero (¡venga Rivera, que no se derrame ni
una gota!). El fin de año que vivimos peligrosamente (unos más que otros) está acabando como empezara,
a golpe de estafa y chantaje, y en una auténtica mascletá, alegría, celebreision,
que corra el champán, que vamos sobraos y paga la casa (o sea usted).
Es la famosa
estabilidad política. O sea que ahora sí que hay que preocuparse. Porque estos, a la que ven un barbecho, lo dejan hecho cisco. Átense pues los
cinturones que vienen triunfales, y háganse nuevos agujeros para la hebilla.
Acabaremos necesitándolos. Que es por lo que, lo confieso, siempre he envidiado
a los italianos. Un país capaz de cargarse a un gobierno cada trece meses (lo
que tarda una burra en parir) nunca es un mal principio.
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