Q debió ser oráculo en otra reencarnación, o no
se explicaba su desmesurada afición a la hipóstasis, que en vulgoparla es como
cualquier hijo de pellejo pretende hacer de su naturaleza una divinidad identificada
con el verbo, unir indisolublemente carne y verbo en un misterio o, según se
mire, poder comer carne a base del verbo, que suele ser el fin último y nada
misterioso de los sujetos locos por pillar que rematan su currícula con el
regular burrapateo pontificio en los papeles.
Para llegar al status
de Nota, Q hubo de poner coto al caos de tanta transmigración (que era lo
suyo) política, social, laboral, conyugal (y hay quien dice que sexual) como
había hecho con su vida, viniendo a dárselas de vox populi, una especie de bien-mostrenco-nuevo-siglo que desollaba
palabras al duermevela de una autoestima inflaccionista, masacrando a los
cuatro abantos de los que se consideraba líder de opinión, por lo que ciertas
partes del foro, pasándose por el mismo, sólo que con dos erres, a tan morlaca
res pública, dieron en pseudonominarle, con toda la razón, Nenúfar, por su
capacidad para sostener en el estanque a todos los chufletas y liendres que en
el mundo de la sacacollería son, así como de trampa siniestra y naufragio
seguro para los bichos de algún peso específico que osare apoyarse en tal
plantel a su paso por el piélago, tan abundoso de esta especie.
Ramaleando con su
ganosería de prebostazgo etiqueta negra con restos de chatarrería cultural del tipo “a nivel de” o
” no es más feliz quien más dinero tiene”, apenas recién superada en su
dantesca carrera, encaminaba a su belitre feligresía como su inquebrantable fe
en sí mismo y sus renuncias le daban a entender, por la senda de la opinión
impune, montado a lomos del cinismo general de firicunstancias que la guerra digital y sus secuelas ofrecía, y por
aquello de que el más tonto hace bolígrafos –y además, funcionan–, y el más
listillo usa hasta los encontrados sin virola.
Y envalentonado, creyó
descubrir, sin más ayuda que darse una trasnochada, que el malestar en la
sociedad (en la Civilización, había dicho Freud, pero qué más daba) a partir
del ejercicio del poder a través de las instituciones, no se debía ya a las
ideologías, que era lo de menos y además estaban mal vistas, y sí a la aptitud
o actitudes de quien lo ejerciera, dando por zanjado un debate obsoleto y
escurriendo el bulto tras una finta que hacía políticamente correcto cualquier
pensamiento, incluido alguno propio que pudiera tener en el futuro. Y surgieron
las sospechas.
¿Por qué Q, Nenúfar para los enemigos, pendón de
la vocería a tiempo parcial, personajón de corte provinciana de los milagros,
aspirante al púlpito y al proselitismo de masas por escrito, eludía la cuestión
más vil, como tantos otros coristas y demás fustigadores sociales, en su lucha
por abrir los ojos de la gente con palabras como puños, inventándose tan
tercera vía que, en la época de más
boyancia de la pela, los negocios, el material, etc, olvidaba la raíz económica
de los asuntos? ¿Era por timidez? ¿Por cortesía? ¿Quizás por amor?
No. Cuestión de
economía: no poniendo al peso el alma de otro, se ahorraba tener que poner la
propia en la balanza. Y, casi sin querer, inventó otra ley monetaria, por si
había pocas: la opinión cotiza inversamente proporcional a la tajada. Porque
también las almas son ahora, como todo, de bolsillo. Y por eso se suelen llevar
dos, incluso los fabricantes de predicados como Q. Y no les va mal. Mientras haya sujetos…, y sobretodo, verbo.
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