Es norma archisabida de
las guerras que la retaguardia hay que tenerla bien cubierta, ya que es donde
se cuece todo. Y no solo en las guerras. De modo y manera que resulta fácil
intuir que igual de relevante, si no más, es la primera línea, como las cocinas.
Las patrias, o lo que sea, se defienden (o se dilapidan) tanto desde las trincheras como desde los puticlubs. O ese fue al menos el mensaje instaurado tras la última gran guerra por los que la ganaron, instalando en el ideario colectivo que igual de patriotas eran los actores de Hollywood que asistieron al escenario de la contienda real, como los que participaban en la guerra de atrezo de las películas sobre la misma en plena campaña. Y en cierto modo así fue, ya que ni unos ni otros pegaron muchos tiros, y salvo casos bastante excepcionales y colaterales al mundillo, como el de Glenn Miller (muerto por accidente en un barco), la mayoría salieron no solo ilesos de aquel infierno, sino también con más currículo, puesto que, básicamente aquello no fue tanto una inmersión (menos los que anduvieran en submarinos, claro) como una inversión en toda regla.
Las patrias, o lo que sea, se defienden (o se dilapidan) tanto desde las trincheras como desde los puticlubs. O ese fue al menos el mensaje instaurado tras la última gran guerra por los que la ganaron, instalando en el ideario colectivo que igual de patriotas eran los actores de Hollywood que asistieron al escenario de la contienda real, como los que participaban en la guerra de atrezo de las películas sobre la misma en plena campaña. Y en cierto modo así fue, ya que ni unos ni otros pegaron muchos tiros, y salvo casos bastante excepcionales y colaterales al mundillo, como el de Glenn Miller (muerto por accidente en un barco), la mayoría salieron no solo ilesos de aquel infierno, sino también con más currículo, puesto que, básicamente aquello no fue tanto una inmersión (menos los que anduvieran en submarinos, claro) como una inversión en toda regla.
No vamos a descubrir
aquí que a Hollywood le tocó, como no podía ser de otro modo, integrarse en la
gran maquinaria belicista gubernamental, una vez declaradas las hostilidades. A principios de 1942 se forma la OWI (Agencia de
Información de Guerra), una de cuyas oficinas principales es la de Películas, cuya
función clave es la de vigilar en clave ideológica según “una visión liberal y
newdealista de cómo debería luchar Hollywood”, y en la cual se integra
rápidamente el cine, publicándose en ese verano el Manual Informativo de
Gobierno para la industria cinematográfica.
Fotograma de Ser o no ser, de Lubitsch. |
Por un lado destinando a una parte (pequeña) de la plantilla para actuar in situ como protagonistas de la película que se rodada con fuego real por todas partes, al objeto casi único de publicarlo constantemente a los cuatro vientos para focalizarlos como el ejemplo a seguir. Aunque poniéndolos siempre a buen recaudo, como es lógico, no fueran a causar baja de verdad y no se les pudiera seguir exprimiendo como iconos de abnegación y garantía de victoria (aunque seguro que a más de un gerifalte le habría gustado algún mártir más entre ellos para rizar el rizo).
Y por otro, la fábrica
de sueños, en este caso convertidos en pesadillas con un ansiado, pero que
había que garantizar, final feliz, no podía pararse. Así que se necesitaba más
mano de obra en casa de la que las delicadas de las estrellas podían ofrecer
para las armas.
Esa fue la razón, la
productiva, por la que solo unas cuantas figuras de la pantalla fueron cedidas
por los patriotas estudios para engancharse en el papel de actores soldado, y
carne de noticiario para su ensalzamiento y alabanza como iconos de la cruzada.
Evidentemente, muchos menos que los se quedaron en las cocinas. Y si con el tiempo la lista de admitidos para tal gloria fue engordando para la historia, fue por la inclusión a posteriori de todos aquellos que tomaron parte en el cataclismo, y que después llegaron a ser actores conocidos e incluso estrellas, como Paul Newman, Steve McQueen o Lee Marvin. Naturalmente, de otros que cayeron y jamás llegaron a nada nunca se supo.
Evidentemente, muchos menos que los se quedaron en las cocinas. Y si con el tiempo la lista de admitidos para tal gloria fue engordando para la historia, fue por la inclusión a posteriori de todos aquellos que tomaron parte en el cataclismo, y que después llegaron a ser actores conocidos e incluso estrellas, como Paul Newman, Steve McQueen o Lee Marvin. Naturalmente, de otros que cayeron y jamás llegaron a nada nunca se supo.
La participación de
Hollywood en la guerra fue de facto desde el principio una especie de Acuerdo
Social, o, siguiendo con la tónica rooselveltiana de esos años, un mini New Deal, al menos tácito, en el que, de un lado se aportaba lo que se tenía, a cambio de liberar
a la humanidad, un mundo mejor, y todo eso, lo cual, como contrapartida, mejoraría
de hecho el estatuto de los propios estudios y la industria en general, que con
aquel nuevo papelón iba a adquirir nuevas dimensiones, con los actores todavía
más ganadores en lo social, como sin duda así fue prácticamente en todos los
casos, adquiriendo los enganchados caracteres de protohéroes y tras su vuelta a
los platós, el estatuto de intocables.
Pero también, y esto es
lo curioso, fue muy provechoso para los que no fueron al frente, y sus
servicios fueron muy estimados. Un tipo de valoración que no puede hacerse si
no es desde una perspectiva empresarial corporativa, que implica suponerlos a
todos en comandita y parte de un mismo proyecto complejo de todos en el mismo
barco, y no solo el de la patria, evidentemente. Que es lo que explica la no
penalización, sino más bien lo contrario, de todos aquellos que no ofrecieron
más sangre por la nación que la de tomate de los efectos especiales, que además
era muy poca en el cine de entonces.
Aunque también apoya tal
resultado el que muchos de aquellos que se quedaron en la retaguardia
aprovechasen esos años para hacerse un nombre cuando no todo un hueco en el
estrellato, del que más tarde sería difícil apearlos (si es que hubiera habido
voluntad para ello), poniéndose así a la altura de los que una vez de vuelta
aún fueron insuflados con más bríos para mantenerse en el olimpo, reiniciando
todos con más poderío, si cabía, la expansión del cine durante los años
venideros hasta cotas que serían ya insuperables y en las que ya no cabía
distinguir los uniformados de los civiles, los veteranos de los reclutas. (Si
bien otras varas de medir, separar y reagrupar, estaban por venir).
Así que todos fueron
valientes. Aunque unos lo fueran más que otros, claro.
Inciso: No deja de resultar
algo sospechosa cierta selectividad a la hora de incorporar a los actores a la
iconografía hagiográfica de guerra, en la que, si bien no es excluyente,
primaron ostentosamente los americanos más selectos y puros, lo que suscita la
idea de una capitalización WASP de la representación de tal gloria, en
detrimento de otras grandes minorías, como la judía, italiana, germana, eslava,
etc, recién instaladas pero muy presentes en el país, y cuyo papel queda más bien
relegado a una zona oscura de la participación. Los negros, simplemente no existen.
Y si en ambos sectores hubo
un buen número de listos calculando con sus agentes y empleadores, los pros y
los contras, lo que sí está claro a tenor del resultado es que entre los de la
retaguardia, como suele pasar, además de los antibelicistas, más in pectore que
netos, disidentes, cuando no rebeldes a la causa, remolones, o simplemente
antipatriotas, o al menos sospechosos, aunque luego, tras la victoria, todo, o
casi todo, sería cubierto por un tupido velo igualitario, sí que muchos
hicieron un agosto que, en su caso duró tres añitos y medio. Y si no, echen un
vistazo.
Dan Duryea, que llegó en
1940 a Hollywood y hasta el fin de la guerra hizo 11 pelis. No está mal. La
carrerilla cogida así le duraría hasta los años 50.
Edward G. Robinson,
cincuentañero ya, no estaba para trotes bélicos, y gracias, porque durante esos
años de fuego Don Eduardo hizo sus mejores piezas. Todo un regalo. Luego sería
acusado de comunista, como tantos otros no tan bien avenidos con la patria de
adopción (judío él, de la Rumanía húngara de 1880). Pero eso qué más da.
Brennan, que sin duda no pudo ir a la guerra fue, más que nada por no tener que llevar dentadura postiza. |
Van Efflyn, treintañero
entonces, y cuyo periodo de guerra entra de lleno en sus dos décadas de carrera más importantes: los 40
y 50.
Dana Andrews. De edad
parecida. Ni el estallido de la guerra
pudo detener su frenético ritmo de rodaje. Western, aventura, comedia, melodrama,
cine negro o thriller son algunos de los géneros que probó, con éxito, durante
los años que duró la contienda.
Brando, que con 16 años no
estaba en edad militar (aunque otros a esa edad o
parecida, como Christopher Lee, o Paul Newman, 18, ya se habían alistado en la
de verdad) demostró ya que eso no era lo suyo, ingresando, contra su
voluntad, en la Shattuck Military Academy de Fairbult, Minnesota, donde lejos
de «enderezarse», fue expulsado dos años después por insubordinación.
Gregory Peck. He aquí un
caso único, pues en plena edad militar, la aprovechó para hacerse como actor,
progre y casado ya, y empezar a labrarse aquella su fama inmarcesible de
americano honrado por excelencia que le acompañaría siempre y en toda
circunstancia. Un lince siempre de perfil.
Alan Ladd, talludito
pero aún en edad de merecer, prefirió terminar de hacerse una estrella. Aunque
lo mismo es que no daba la talla. Pero menos la daba Mikey Rooney, y al menos se fue de payaso.
Gary Cooper. Sí. Aunque
parezca increíble. Retaguardia pura y dura en acción. Los primeros años de la década de los cuarenta fueron la época de su mayor
esplendor. Consiguió de hecho su primer Oscar por El sargento York
(1941), precisamente con la historia de la crisis moral de Alvin York, un
pacifista que termina por convertirse en héroe de la Primera Guerra Mundial. Su
interpretación le convirtió en casi un héroe nacional… pero no se alistó ¿Tendría
algo que ver su vieja lesión de espalda, dicen que por caerse de un caballo,
aunque su fama de castigador sexual era también de aúpa. Al año siguiente
obtuvo su tercera nominación consecutiva al Oscar con Por quién doblan las
campanas de Ernest Hemingway, su amigo íntimo y otro que tal de lo mismo.
Para rematar la faena, en 1944 formó su propia productora, la International
Pictures. Eso se llama maximizar el beneficio.
John Wayne. Pues sí.
Sorpresa clamorosa e inesperada, pero el icono del militarismo yanqui, para
gozo de objetores jamás pisó un cuartel. Aunque el gran bigardo bien que daría
a posteriori la vara con el tema. Prefirió hacerse un nombre en el estrellato,
aprovechando la oportunidad del hueco dejado por otros.
Joseph Cotten, en plena treintena y después del bombazo de Ciudadano Kane, prefirió agarrar la suerte y convertirse en lo que acabó siendo, de la mano de Welles o Hitschcock. El cuarto mandamiento, Estambul o La sombra de una duda son prueba de lo conseguido en esos años.
Gene Kelly, que, relativamente joven (y con más razón apto para el servicio) aprovechó para introducirse en esos años como opción a tener en cuenta para el nuevo musical en color.
Gene Kelly, que, relativamente joven (y con más razón apto para el servicio) aprovechó para introducirse en esos años como opción a tener en cuenta para el nuevo musical en color.
Sinatra, un verdadero
artista, en todos los sentidos. Actor ya en ciernes, aprovechó bien el momento
para encumbrarse como cantante ídolo de masas, dándoselas además de
comprometido en la política progre al apoyar al final, en 1945, a Roosevelt, inaugurándose
de antibelicista, protestón y demócrata. Hay gente que se lo monta bien. Y le
sale.
Lo que es la vida. Clift y Sinatra, al final, haciendo de soldaditos en De aquí a la eternidad. |
Orson Wells, todo un meteoro joven, y en esa época en pleno ascenso… y caída, dado que, si cuando empezó la guerra era el no va más, antes de terminarse ya estaba en todas las listas negras como veneno para taquillas.
Fred Astaire, que en
toda la cúspide y en los años que más se necesitaba de la fiesta, ¿qué iba a
hacer él, engancharse y bailar balo las balas?. Venga ya.
Vincent Price, tan imperturbable
a la llamada de las armas, que parece más inglés de lo que ya parece, sin serlo,
y que siguió haciendo su carrera, escalón tras escalón, como antes y como
después. Un maratoniano.
James Cagney. Un auténtico
tipo duro a lo suyo, y un caso, por ser un guerrero nato, solo que dirimiendo
solo las que él se buscaba, pues no hay guerras como las propias. Su parón
durante la guerra no se debió a ninguna herida, sino a sus disputas laborales
con la Warner, hasta montar su propia productora con su hermano William, que se
fue al garete, para volver, tras la contienda, otra vez con la Warner. Lo que
se llama hacerse la picha un lío y pelear por pelear, pero sin ir a la guerra,
claro.
Dick Powell, este
segunda línea aprovechó para montárselo como Marlowe y otros personajes durante
esos años y llegar así a la primera, un tanto vacía.
Fred McMurray, el
perfecto alistable (pero que no), con decir que durante el periodo hizo nada
menos que 13 pelis, ya está dicho todo.
Joel McCrea, actor querido donde los haya, entre otras cosas por una carrera sin rupturas que tuvo su apogeo precisamente entre los años 30 y 40, en los que se asentó como gran estrella de segundo nivel, versátil y empática.
Robert Mitchum, que ya estaba en el horno y se empezaba a hacer, lo enrolaron al final, a la fuerza, pero como si nada, porque entonces acabó la cosa y fueron como unas vacaciones. Pura potra, porque él no era muy de disciplina y eso.
Robert Mitchum, que ya estaba en el horno y se empezaba a hacer, lo enrolaron al final, a la fuerza, pero como si nada, porque entonces acabó la cosa y fueron como unas vacaciones. Pura potra, porque él no era muy de disciplina y eso.
William Powell, le pilló
la cosa algo viejo ya, y fue a lo suyo, haciendo de Hombre delgado, y aprovechando, ponerse así de medio lado, claro,
para escaparse de las balas, y de paso sacar algo en claro de todo aquello.
Spencer Tracy,
perteneciente al gremio de los que ya habían estado en la Iª, se salvó de la
quema para quedar bien, de intocable con pinta de abuelo y otras cosas, además
de hacer un puñado de películas que le atornillaron al podio supremo del cine
como el más venerable y bondadoso. Un buen trabajo.
Humphrey Bogart, el mismísimo
rey de los 40, se lo pudo montar y apoyándose en su posición predominante en
esos años, posteriormente más aún, al estar exento de mili por haber
participado también en la Iª conflagración, que fue su salvoconducto al
sorpasso al olimpo de las buenas leyendas con todas las bendiciones, y lujos
como permitirse hacer de protestatario
ilustre, paladín de causas perdidas, ídolo de liberales y gran colega de
reprimidos, cuando llegó el tío Macarthy con las rebajas.
Victor Mature en Sansón y Dalila |
Victor Mature, el actor
del que se dice que tuvo 53 hijos, 5 mujeres, ganó 18 millones y se retiró a
los 66 para criar guanacos, tenía 28 cuando empezó la guerra, en la que sirvió
en casa, un guardacostas, en la retaguardia, por lo que es citado aquí como un
caso especial, anecdótico, ya que su media mili (a saber si con pase per nocta)
aún le sirvió para hacer cinco
películas, antes de lanzarse al estrellato.
Lee J. Cob, otro que
tal, pues pese a estar en la fuerza aérea, o bien estaba cerca de los estudios
o tenía muchos permisos, dado que rodó al menos seis películas, algunas de
propaganda de ese Arma. Pero algo falló en su desdoblamiento artístico y
militar, pues fue llamado a declarar en el comité de actividades antiamericanas
a la vez que le daban el Oscar, nombrando, por cierto, hasta a 20 compañeros
que militaban en el Partido Comunista.
Robert Ryan, otro caso
mixto, se inició, con 32 años, como actor al principio de la guerra,
trabajándose como personaje batallador (él, que siempre fue o esa fue su
postura, un pacifista de pro) en películas propagandísticas, y después de seis
de ellas en el 43, para redondear su papel se alistó en los Marines (otros dicen que como animador) durante su última fase, volviendo listo para lucirse lo que quedaba de década.
Lon Chaney, el actor de
las películas de monstruos, que se pasó los años de plomo haciendo sin parar de
momia, fantasma y Frankenstein.
Los extranjeros:
El gran von Stroheim, haciendo de eterno enemigo prusiano, aquel chollo contrapuntístico de la iconografía bélica americana y después occidental. |
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