Si los revolucionarios
franceses volvieran –lo último que se pierde es l’espoir–, no cambiarían el
calendario, tan naturalistas ellos, nombrando a julio Termidor, o el que
calienta el palomo. Ahora le pondrían Tourmidor.
Porque julio es eso, sol, moscas y siesta de baba con Tour, que hay que ver cómo se ponen las orejetas del sillón. De hecho el Tour es el auténtico reposo del guerrero, pues si el fútbol es un ocio activo, con abdominales para coger papas o panchitos, y el riesgo cervical de empinarse birras, el Tour se ve durmiendo o, como mucho, modorro.
Pero sobre todo el Tour es la escapatoria ideal, y solo te das cuenta cuando
vuelves a tu socarrado ambiente infernal al final de la escapada –por cierto,
cada año menos en el Tour, malditos tiempos de conformismo, gregarismo y
corrección política–.
Porque esa es otra. Todos que si qué verde era mi Tour,
cuánta agua, qué bonito todo y qué frescor. Sin reparar que es el asueto por excelencia sí o
sí con aire acondicionado, que es el invento que más nos ha acercado a Europa.
Aun
así, y aparte el marketing turístico y el glamur de escaparate, el Tour posee
algo que todavía actúa en nuestro acervo excitándolo a otra vuelta anual de
tuerca, a otro garbeo anual juliano, a otra migración transpirenáica (vía tele)
para alcanzar siquiera virtualmente la gran esperanza verde europea, en la que
no estamos. Y como que nos consuela. Aún peor era antes, que nos refrescaba
incluso en blanco y negro.
Pero que no se crean que nos engañan estos listos.
Mira como no nos muestran como mean, ni los forúnculos, ni el gore; solo lo
épico y lo lírico (con permiso de Perico Delgado). Y de sexo, nada. Y eso que
es un deporte que descansa sobre el escroto y se ejecuta a partir de la
próstata.
De sobra sabemos que si estamos enganchados a ese ejemplo de “cultura del instinto agonía”(G.
Magnane), que “no comprende únicamente a la obligación y la violencia, sino
también a la obediencia y el sufrimiento” (Adorno y Horkheimer), es por puro
narcisismo. Que está estudiado.
Mención especial para sus etapas de montaña, remedo
de viacrucis postmoderno de mortificación y martirio visto a la manera laica,
morbosa y sexy del voyeur de sofá actual.
O sea que, ni Termidor ni Tourmidor.
Julio y su Tour son más bien la Termomix que calienta las meninges con el
verdor más refrescante. Así pasa, que luego sales al secarral, en bici o andando, y te atropellan,
o te asas. Y es que después del Tour es que no echan ná. Solamente es verano.
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