Natalie Portman dijo una vez: “prefiero ser inteligente que una
estrella de cine”, dando por cierto el viejo tópico, no solo referido a las
rubias y machista por excelencia de que en las bellezas las neuronas no andan
parejas con el atractivo físico.
Pero lo más curioso es que ella misma ha sido tomada como el ejemplo iconoclasta de tal estereotipo, afanándose desde su más tierna adolescencia en desmentirlo mediante la práctica concienzuda encaminada a construirse una imagen contraria a ese tópico confirmado como real precisamente con su actitud, lo cual no deja de ser gravoso para los intereses del gremio femenino en general, que tienen que seguir arrostrando el hecho como regla, confirmada por una excepción llamada Natalia, aunque no del todo, ya que no es rubia. Lo cual la hace sospechosa, según el tópico, de no ser muy tonta, que ella misma se ha preocupado de difundir publicitándose como una de las 25 licenciadas más famosas de la historia de Harvard, doctora en psicología, y aspirante a políglota en seis idiomas (en castellano solo se defiende). Y no solo eso.
Para desmentir más aún el arquetipo negativo, y desde otro estereotipo no menos
común como es el de la superioridad intelectual judía –aunque quite hierro al Holocausto dudando de su perennidad como foco de educación
sentimental judía–, se sabe que sus padres no le dejaban mostrar cacha en
sus inicios –después no es que haya enseñado mucha, la verdad–, obligando a
cortar escenas de piel, o celuloide, que es la piel de que están hechos los
sueños más húmedos, además de haberse fabricado un book en el que destaca el
conservadurismo, incluido el sexual o social, rechazando papeles subidos de
tono o de corte oscuro.
Y no solo por causas morales, sino también a las
académicas (guiada por los padres) de anteponer una formación universitaria a
su carrera en la farándula, subrayando con ello la preeminencia de los valores
tradicionales a los más reemplazables del mundo del espectáculo, aunque como
estrategia de marketing, el estrechismo como táctica, si bien parezca algo
fundamentalista, también puede funcionar. Así como declararse vegana desde los
catorce y activista modernita caritativista mediambiental y algo posturera en
su solidaridad y dedicación como Embajadora de la Esperanza, o como madrina de
la vida salvaje de Tanzania –desde todo lo cerca que puede, que son unos diez
mil kilómetros aproximadamente–.
En resumen, que se lo
monta de lista, profunda y seria responsable, de cerebrito bien amueblado y de
neofeminista racional y centrada. Todo aquello que hoy constituye una fuerte
tendencia social e ideológica en occidente y en especial en su mundillo, donde,
como se sabe, es tan difícil permanecer en la cúspide. No en vano uno de sus
ensayos como psicóloga reza: “Activación
del lóbulo frontal durante la permanencia del objeto: datos de una
espectroscopia infrarroja”. Aunque es evidente que ella, ni es objeto, ni
rubia. E infrarroja, ni se sabe.
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