Esta semana hemos asistido a uno de los muchos
linchamientos que nos aguardan: el de las protestas antimascarillas (que no
antimascaradas).
Si bien sea verdad que políticos y medios, o al revés, pues tanto monta, lo tenían fácil con quienes, movidos por legítimos, lógicos y empatizables motivos, se han montado una boutade de lo más esperpéntica, que lo único que ha dado es más alas a un poder que, en medio de la pandemia, y de lo que sea, lo único que persigue es apalancarse y perpetuarse, también entre la muerte y la desdicha, con una actuación que, camuflada de sanitaria, es ante todo sectaria por su carácter siempre electoral e interesado.
Si bien sea verdad que políticos y medios, o al revés, pues tanto monta, lo tenían fácil con quienes, movidos por legítimos, lógicos y empatizables motivos, se han montado una boutade de lo más esperpéntica, que lo único que ha dado es más alas a un poder que, en medio de la pandemia, y de lo que sea, lo único que persigue es apalancarse y perpetuarse, también entre la muerte y la desdicha, con una actuación que, camuflada de sanitaria, es ante todo sectaria por su carácter siempre electoral e interesado.
He ahí si no el regalito a los votantes de más edad -más de 10
millones y asiduos ellos a las urnas, y que nos convierte a los demás en
población de riesgo- con el guiño ese de castigar a los más jóvenes (claramente
menos yonkis del voto) con el cierre de discotecas y demás, por malos, como desobedientes
contagiadores nuevaoleros del rebrote.
Y si siguen debatiendo lo de la vuelta a
las aulas es por ver cómo hacerlo perdiendo los menos votos posiblesentre el
segmento intermedio de entre 30 y 50 años, que es el afectado y también el
sector productivo, donde se juega eso que llaman “el centro”, en cuyo nombre se
acaba de defenestrar a la portavoz pepera, dejándola Cayetana.
Y es que este verano
se lleva más el champú que el aftersun,
con tanto lavado de cabeza. Operación que podríamos llamar after sun(normal) y que viene al pelo a los gerifaltes para su
objetivo inconfesable pero goloso para cualquiera de ellos de convertir esto en
una democracia parodisiaca, que como se puede ver se basa en la guerra al
discrepante, recorte (por una buena causa, claro, y bien surtido de miedo) de
los derechos, con excusas o sin ellas, dirigido todo a conseguir, si no la
imnunidad de rebaño, sí que este crezca hasta el infinito y lo que podríamos
llamar impunidad de rebaño, que es que éste, lleno ya de mansos, oculte, minimice
y controle a los que no traguen.
Mussolini lo resumió mejor: credere, laborare, obedere, y es la
nueva consigna de nuestra gloriosa izquierda.
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