Necesitamos esperanza más que Cenicienta una rumba. O eso o buenas mentiras, que también haylas, y, como la buena verdad, también son tenebrosas. Pequeños, dulces cuentos, uno tras otro. No hay mejor ayuda para creer o dormir, qué más da, y amenizar la espera de lo que nunca llega. Y ahora sí que estamos en las mejores manos.
Unas manos que crecen, a la par que los cuentos, a la par que el estado, que va a más, siempre mala señal. Con el Emérito aún en tránsito, y por tanto gorronea (¿o era gonorrea?) a los jeques, y algo nos ahorra. O ese obispo que en estado (de buena esperanza) se vacuna antes que sus feligreses para garantizar su pastoreo. Y quieren que dimita (como si lo fueran por votación, oh, cielos). ¿Y quién guiará al rebaño por el valle de las sombras?
O los liberados sindicales de la sanidad que no se reincorporan –¿no falta gente?–. Aunque mejor así: imagínatelos trabajando. Más vale estar solos (en los ambulatorios, haciendo de todo menos atender pacientes) que mal acompañados; y además habría que vacunarlos (al que no se haya colado, que esa es otra). Que ahora tendrán por fin de jefa a una mujer cuyo gran mérito es llevar media vida militando en el partido.
O que el profeta Iceta, al fin desalojado de su madriguera de mofeta de la Barceloneta, se viene a Madrid a jugar en las grandes ligas, echar una mano de trilero fontanero lapa y poner toda su malicia (más que un gato en las uñas) a disposición de las naciones española y catalana, con un par –¡ahí, ahí, marcando territorio! por las esquinas antes de arribar (a la Admon. Territorial)–, en una operación similar a cuando se trajeron de Río al Dioni, y aunque de hecho él ya sea todo un par, de Sánchez, otro par sin par.Y Rosa Díez diciendo que estamos gobernados por un golfo. Un golfo al que ahora se ha unido un cabo (primera), el de la calle. Todo un par para un bis, o un vis a vis, si us plau. Qué buenos cuentos para coger el sueño y congelar los sueños y el conocimiento a lo justo para pasar el día. A lo que resulta de todo eso ahora le llaman procrastinar, pero lo que seguimos, pese al calor, es congelados de resignación.
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