A mí Yoko Ono siempre me pareció una pedorra, y más después de izarse a viuda rentista del mito en usufructo, que esa es otra; a saber qué sería de algunos sin el valor añadido del asesinato, tan inmortal, tan fértil.
Yo mismo, si me llegan a matar ayer –y anda que no lo intenté en innúmeros pasos de cebra– ahora tendría diez veces más de lectores –o sea, once–. Pero es que esta tía es una trepachepas insufrible.
Ahora se ha unido a cinco premios Nobel más –ella también lo será de algo, digo yo, ya que lo fue hasta Kissinger– para pedir la amnistía de algunos de los golpistas condenados del Procès, por ser su guarda una grave anomalía de un estado de la UE. Y no estoy de acuerdo. Con el argumento, digo.
Va de cuentos: Yoko Ono y los Cinco Nobelitos |
Y si no, cómo los 5 mosqueteros y D’Artacana iban a meter mojada –la descomposición es lo primero que huelen los buitres– guiscando en ese complejo histórico del español furibundo y retro, del que también se sirve el gobierno y demás rapaces de la confusión, para seguir convirtiendo esto, bajo la bandera de la anticrispación, la concordia mal entendida y el falso consenso, en tierra de aventureros, de saqueo y, al final, de nadie. El erial perfecto para campar entre tontos, que siempre están bien acompañados. Somos tantos.
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