Este país está lleno de espías. Y no porque lo diga el Honorable Petit, Pera Aragonés. Es que hay afición.
Un síntoma claro es la cantidad de aborígenes que sigue con la mascarilla, unos por ir a la contra, otros por gastar las compradas –igual que se almacenan torrijas o bocaíllos, para tenerlos que consumir con pelo–, y otros por puro voyerismo, pensando infantilmente que si llevan máscara no los ven. (También está el dicho para distinguir entre la mula y el tonto, que, cuando se acaba la linde, la mula para y el tonto sigue. Pero aquí entraríamos ya en política, y no es cosa).Un tapaboquismo que más que vocación carnavalera trátase de filibusterismo galopante, vergonzante y vigilante al pensar que todos son de su condición, en una situación en la que todo quisque se ha tirado a engañar y robar descaradamente (y por tanto a camuflarse), con la escusa de la guerra, la luz, el trigo y el girasol.
¿Y a mí cuándo me investigan, hosti? |
Con tal boom de chufletismo marujil era cuestión de tiempo que los servicios secretos salieran a ponerse en valor, tras una época que, por no haber mascarillas, Villarejo se tenía que cubrir con la carpeta. Y a estas horas nuestro mejor 007, Sánchez Goldfinger, Vive y deja morir, Nunca digas nunca jamás, El mañana nunca muere, El mundo no es suficiente, Sin tiempo para morir, y otras gaitas, ya le habrá ofrecido a Zelenski los servicios del CNI, esa joya nacional, si bien Solo para sus ojos: “¿Quieres que te realice un espionaje a alguna hija de Putin (con perdón)? ¿O a algún sobrino suyo en Torrevieja? Gratis. Como aportación de España a la defensa de Ucrania. Nada. A mandar.” Y es que, el que da lo que tiene no está obligado a más.
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