Hace poco, una niña recién ingresada en la ESO me dijo que ella lo que quería era tener dinero para irse a las Maldivas. Con doce años. ¿A qué? A relajarse. Que está muy machacada la infancia, oye. Y poca broma.
Son tantas las expectativas puestas en esos vástagos, únicos o en parejita, de las últimas clases medias agonizantes, que los núcleos familiares están que hierven. Y no solo por esa autopercepción de ser los orgullosos últimos mohicanos de una clase vital, y por tanto con la obligación responsable de perpetuarse y pasar el glorioso testigo.
La tensión también viene de querer trasladarles una idiosincrasia basada en dos valores contradictorios: la entrega ferviente al esfuerzo y el disfrute hedonista de la vida a toda costa. A la vez. Y desde la más tierna infancia. Lo cual hace necesario un desdoblamiento personal y una capacidad interpretativa de los roles -con s; con x vendrá después-, que no todos los niños soportan.
No es raro, así, que cuando la escuela requiere al niño empezar a distinguir los planos, los papeles, las diferencias entre la juerga infinita de su primera edad, y el deber, la sangre de las primeras letras, algunos reculen, produciéndose las primeras bajas en la primera gran lección del carácter burgués de la vida: la dramaturgia. Pues no todo el mundo sirve, al menos de entrada, que, si bien es libre, siempre se paga.
Y es que esos valores heredados, mamados, que hay que defender, ya no son aquellos expuestos por Dickens en Grandes Esperanzas, aunque se mantenga el enunciado, sino más bien un remedo, por muy heroica y numantina que sea la actitud adoptada ante el reto de criar en esta sociedad implacable. Quedándose en mera pretensión, ante la cual cada niño hace lo que puede. Como los padres, al fin y al cabo: adaptarse.
Así, la niña también me contó que al día siguiente
tenía una especie de examen, en el que caía la guerra del Peloponeso, o, en sus
palabras, del Penelopeso. Aunque vi que no iba tan despistada como en principio
creí, al decirme que tenía entendido que Pericles era un influencer con casco
vintage. Y vi que, en el fondo, le iba pillando el tranquillo. Iba progresando.
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