A veces, el destino es
puro sarcasmo. Y más, cuando te lo predices a ti mismo en forma de barrunto.
Como es el caso de la película El festín
de Babette, o, mejor dicho, del relato en el que se basa, dado que la
cinta, en concreto, en absoluto trata de la broma fatal extraíble de la
relación entre su autora y su escrito, que sin ser en absoluto nada
premonitorio (como no sea a contrario), sí es un macabro anticipo del final de
Karen Blixen, Isak Dinesen para la literatura, la madre del cuento que da
título a la película e incluido en la antología Anécdotas del destino, precisamente.
En él se da cuenta de un
ágape pantagruélico aderezado por una cocinera exiliada en Jutlandia tras la
Comuna de París, y criada de las viejas hijas traumatizadas de un ancianísimo
pastor calvinista, con toda su patulea moral de su credo y hábitos represivos,
por supuesto que también en lo culinario, lo cual choca terriblemente con la
visión placentera, casi epicúrea en el comer aportado por la sureña y católica
cocinera, de donde el choque de mentalidades que se expone, y que se queda sin
resolver… en la ficción.
En la realidad, el caso es que, año y pico
después de publicarlo, la escritora empezaría a sufrir operaciones, entrando en
un proceso de malísima salud que entre otras cosas le acabaría impidiendo
comer, bajando su peso a los 35 kilos, hasta su muerte, prácticamente por
inanición, siete años más tarde, tras un larguísimo, supongo, festín de hambre.
Investigaciones posteriores han indicado la hipótesis de sus males en el
envenenamiento progresivo del tratamiento de su sífilis con mercurio en África,
donde se la pegó su marido, un mujeriego consumado e indiscriminado, y que por
cierto era un portador sano. O el miedo hecho verdad (¿predestinación nórdica?),
porque, curiosamente, la enfermedad que más temía y le obsesionaba, quizás
porque su padre se había suicidado al no poder soportar las consecuencias
sociales de esa misma enfermedad que tenía, vista entonces como vergonzante.
Imagen de la película |
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