Se dice que errar es humano. Y
será verdad. Y también que, los experimentos, con gaseosa, pues todo lo más que
producen son regüeldos, y algún denuesto. Y aun así seguimos empeñados en hacer
de la vida un juego de prueba-error de lo más oneroso. Nadie hace caso del
consejo de Eleanor Roosevelt: “Aprende
de los errores ajenos. No vivirás lo bastante como para cometerlos todos”. No tenemos solución; ya lo dijo la listísima Colbert (Claudette): "Los
hombres no se vuelven más listos al madurar. Solamente se les cae el
pelo". Y aunque se nos amenace (“se os va a caer el pelo”), nosotros, a lo
nuestro: a errar. E ignorantes, algunos confesos, pues aun después de leer a D.
Antonio, todavía creemos que los caminos existen. Y mira que lo dice bien
claro: “se hace camino al andar”. Y, por si hubiera duda, lo remacha: “no hay
camino, sino estelas en la mar”. Pues aún así, y como más necios que las mulas,
pues cuando se acaba la linde la mula se para y el tonto sigue…, seguimos.
Y lo hacemos porque creemos, erróneamente, que todo es válido, gratuito
y reversible, en virtud de la ideología imperante, esa que ha deslegitimado a
los maestros, el saber y la experiencia, todo eso que ya expió su propio error
y dejó sentada su advertencia (por no decir consejo, hoy indecible), y que
llama a la obligación de ser tú mismo y hacer tu propio camino, pero no como
algo sin remisión, sino como si fuera una prueba y se pudiera volver sobre los
pasos mal dados, dando por hecho que el final debe ser un éxito, cuando siempre
es todo lo contrario.
Como presentarse al examen de conducir, mil veces, pero
sin penalización. Sin darse cuenta de que no hay vuelta atrás, sino simplemente
otras rutas, que luego a luego se enredan haciendo de la vida un laberinto en
el que te pierdes, hasta acabar en la cabaña de la bruja, y que no cabe
siquiera señalar con las migas de pan de la memoria traicionera, ese hito
malsano, que es como fiarse de las burbujas de nuestra propia estela, pues todo
desaparece según bogas –y nunca en la misma agua, según Heráclito–, y lo único
seguro, el horizonte, eso que marca la eterna huida hacia delante.
A eso los
filósofos le llamaban dialéctica, que básicamente quiere decir que estamos
condenados a cometer siempre los mismos errores en otras aguas. Es la condena.
Así vuelve la burra al trigo, la cabra tira al monte, y todos, a naufragar.
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