El verdulerismo periodístico a
la mode raja ahora a degüello que los rusos fijo que van a intervenir mediatizando
la elecciones catalanas con su ultimísima arma secreta, el jaqueo informático y
otros potreos varios. Lo cual los medios patrios, que ven el asunto como algo suyo
en exclusiva, califican de intrusismo profesional, algo que es una verdadera perogrullada
en un mundo global en el que el nacionalismo es, ante todo, un negocio chollo,
abierto a todo tipo de oportunistas y en el que todo dios va a meter mojada si
quiere llevarse la tostada.
Así que tanto los unos con su mantra de la solución
política y el diálogo, como los otros haciéndola pasar por la vicaría judicial
y la cárcel, lo tergiversan muy malamente, pues, como en todo bisnes, el
chalaneo real y bien aprovechado no puede ser más que económico.
Es por eso que
las elecciones que se avecinan van a ser otro fiasco, otro pufo, pues lo que se
ventila no es, tal y como se nos vende, Cataluña –que puede, pero solo como
resultado colateral–, sino eso que se llama AMB, o Área Metropolitana de
Barcelona, un espacio conglomerado donde viven más de 3,5 millones de personas,
en el que se produce el 10% de la mascá del PIB general español, con perdón (y por
donde pasan, casi obligatoriamente, la mitad de las divisas que salen de la
exportación), lo que la convierte en una de las zonas clave del mundo global,
organizado hoy, no nos engañemos, en torno a 30 ó 40 de esos nódulos,
interconectados entre sí por los flujos humanos y económicos, pero también un
ámbito (como pasa con otros) situado en medio de un territorio que lo determina
gravemente con su herencia social, cultural y política obsoletos, ley electoral
incluida, que es de la edad del sílex, elementos que chocan y obstaculizan su
futuro mismo como núcleo de desarrollo del mundo moderno.
De ahí la batalla de
Barcelona en marcha, ya desde hace años, en dura competencia, por cierto, con el
otro nódulo aspirante al título por estos lares estratégicos que es Madrid, y
que sobre el papel tiene menos puntos, al pillar lejos del corredor mediterráneo,
que beneficia más a la Ciudad Condal y alrededores –y a Valencia, que ya está
también revolviéndose, aunque sepan que jamás serán uno de esos nódulos–, y que
por eso no acaba de arrancar (así como por Europa, que tiembla ante la
posibilidad de que los chinos y otros la inunden de mercancías descargadas en
Algeciras).
Siendo pues desde que esta movida estratégica a nivel mundial, que las
élites involucradas en la contienda, tanto de dentro como de fuera de Cataluña
y de España, han ido tomando partido, y poniendo en marcha diversas acciones, unas
para acelerarlo como sea, probando incluso, un tanto perdidas o nerviosas, con cosas
usadas muy instrumentalmente, como el soberanismo, que conocen bien, y que de
momento ha sido neutralizado por la otra parte de la élite, que está
demostrando con su indecisión y bloqueo que tampoco sabe muy bien adónde va por
el mundo.
Todo lo cual indica que, en definitiva, lo que nos encontramos ahora
mismo es en el tiempo muerto de una guerra geopolítica en la que hay muchos
jugadores externos, pero que básicamente es jugada en terreno que por sus
características pintorescas hasta lo rupestre podríamos denominar paleto. Y por
eso los rusos, que por cierto ya estaban. Y otros. Y luego las banderas, los
boicots y demás sandeces para votantes, esos niños demócratas.
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