El otro día, con motivo de la patrona de las Españas, en la
actuación de un grupo de folclore maño, y ante la profusión de joteras con
gracias como Yesica, Tais, Pamela, etc, por poco me levanto y pregunto si no
había en todo aquel grupo nadie que se llamase Pilar, ni siquiera un hombre.
Lo que no quita para que cantaran con un par. Pero, la verdad, igual que no me cuadra que un actor de Hollywood se diga Eufrasio Custer, tampoco que una jota de Teruel bien echada la cante un chaval que resulta que se llama Christie.
Lo que no quita para que cantaran con un par. Pero, la verdad, igual que no me cuadra que un actor de Hollywood se diga Eufrasio Custer, tampoco que una jota de Teruel bien echada la cante un chaval que resulta que se llama Christie.
La Bullonera, que era un grupo de choque aragonés de la
transición, se chanceaba en una jota de los “James” y “Smith” que se entrenaban
tirando bombas sobre la zona de El Castellar, y ahora sus retoños artísticos
van y toman los nombres de la base americana como propios. Lo que es la vida.
Y es que si hay algo con menos propiedad en esta vida, eso es un
nombre propio, ya que, no sólo ahora, sino desde los tiempos de Maricastaña (Mary Brown en yanki, por si a
alguien le gusta para su hija), siempre se han llevado los nombres propios...
de otros y puestos por otros. Siendo lo más curioso de esta ‘revolución’ de los
nombres el que sea la última vuelta de tuerca (que ya va pasada, más bien) de
un proceso, el de individualización, que viene desde la Edad Media, dando la
capacidad de nombrar, que no sólo afecta al nombrado y por lo tanto paciente o
disfrutador por pasiva, sino que sirve sobre todo al protagonismo del
nombrador, que ahora son los padres.
En pocas palabras, una
puesta en escena (de un huevo de mucho cuidado) que individualiza a los
bautizantes y a los bautizados que, como efecto secundario del proceso, lo
asumen y lo reciclan llamándose Chris, Pam o Yes, por seguir el caso. Es decir,
cambiándoselo, que es la mejor forma de hacerse a sí mismo.
Un caso perdido es el de EE.UU., que es donde tal proceso está más
avanzado y donde se permite el cambio completo de nombre. Y aquí, va que pita.
La gente quiere ser tan ella misma que acaba llamándose de cualquier manera.
Tan sólo hace dos días, como quien dice, en el Registro Civil no dejaban
ponerle a un hijo Bermudo. De nada servía apelar, aunque tuvieras razón, que
era un nombre godo. Si no venía –y venían sólo los de la onomástica–, no venía.
Y los abuelos, apoyando al Registro, claro.
Lista de los nombres más comunes, más o menos actualizada |
En este sentido, el romanticismo, que más que una corriente
estética es la primera gran moda gracias a las comunicaciones emergentes,
representará una guía de cambio al impregnar con sus preferencias a la sociedad
del último cuarto de siglo, en que coincide con el gusto neoclásico, la
restauración y la primera prensa sensacionalista, sirviendo así ese influjo
ambiental para empezar a poblar las casas con nombres venidos de la estética
sentimental de los impositores, y surgen los Justos, Poncianos, Claudias,
Palmiras, Diógenes, César, Alfonso, Cristina, Isabel, Beatriz, Elvira, Dorotea,
Victoria, Horacio, de efluvios renacentistas, clásicos y glamurosos, que se
verá ampliado en lo que las revistas, la literatura y el teatro sobre todo,
aporten con su mitomanía, hasta el súmum de la república y la guerra, en que
los nombres resonantes de famosos se mezclen incluso con algún Lenin o el más doméstico Buenaventura.
Una tónica que sigue después, con los nombres más castos del
padrón, Asunción, Inmaculada, Pura, como ofrenda a la iglesia vencedora, o Jose
Antonio, por sus socios, que adelanta, ya metidos en la harina de la España
urbana y familia celular, la inclinación por las modas mondas y lirondas de los
nombres compuestos redundantes de las revistas del corazón, los bíblicos
(alguno confundido por la influencia de Hitscotch, como en Rebeca), del
estrellato de la radio y el cine o el mero esnobismo, cada vez más triunfante,
peleándose aún en gestas de brasero con los en retirada nombres aportados por
los abuelos desde el pueblo, que a veces mandan recado con el chófer de la
Montañesa de que al chiquillo le pongan Casimiro.
Así, hasta la independencia, en que la sociedad del espectáculo,
la tele y todo su mundillo de aura caguetosa serán el vivero principal de esa
última aportación española a la cultura universal llamadas Susan o Ricky, que,
si no pasa nada, y siguiendo una lógica evolución, si nadie lo remedia pondrán
a sus retoños Obi Wan Kenobi. Kenobi por parte de madre. Esto es, por la abuela.
Y ésta, tan contenta. Como si lo viera.
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