Se va yendo octubre, que es
época de cuernos. Y no solo de los que meten los cérvidos entrelazados para
hacer valer sus cojones sobre la manada.
También son vistosísimos, entre el
mugir, balar o el mufloneo, según el alma de cada rumiante de la grey endémicos
de nuestro discurrir adehesado, los de tanto nuevo machito loco por
hacerse unos hombres, unos dispuestos a romperse la cornamenta y dar, literalmente,
su sangre por sus súbditos, televisión mediante; otros, impostando el berrido
para decir aquí estoy yo, repitiendo de cárcel en cárcel, cual vendedores de
túper, tan flamencos (sureuropeos, se entiende), la zambra de Caracol, “carcelero, carcelero, abre puertas y
cerrojos, ay, ay”; y otros, derramando, ay, ay, las esencias hispanas (allende los mares,
si es preciso), como el mayor hito histórico jamás conocido, al modo de meada territorial y universal, y previo a la parada nupcial, para
legitimarse como los genuinos en el escalafón de la cola formada para cubrirnos
cual ciervas primerizas que es gran rebaño harén opinovotante.
Aunque faltaban, ya estaban tardando a la cita –de hecho, muchos los llevamos echando de menos demasiado tiempo, tanto como llevan agazapados en otras siglas–, los más puros,
casi machos cabríos, para satirizarnos a lo grande con la revolución pendiente –como si no hubiera ya bastante con los de la revolución del IPC de las
pensiones y el salario mínimo–, y voxearnos que esto no es un estado fallido,
como ya demuestra el Tribunal Supremo, todo lo más un país fallo del Ogino,
haciendo del ¡España, España, España! –y eso, sin estar Marta Sánchez en
Vistalegre– la berrea en sí, y todo su programa, huero, vacío y retórico.
Como otros muchos en realidad, pero sin tantas
preliminares ni rodeos, pues todos nos pretenden (pasarnos por la piedra) por el bien futuro
de la raza. Lo cual no deja de ser de agradecer, y no que nos mientan
diciéndonos que es por guapos.
¡Os voy a vendimiar. Mira que ya me he puesto el sombrero de faena para el sol del país tropical! |
El último y más elocuente ejemplo es Bolsonaro, pero hay más. Por todas partes triunfan los que gritan “¡te voy a joder y lo sabes!”. Es lo que más pone y sube las endorfinas a mucha gente, en un mundo de ambigüedad, trans y políticamente metrosexual. Y tan repleto de panolis autoengañados que se lamentan de que la barbarie salga del armario.
Con lo
bueno que es ver a todo el mundo en su sitio, reubicado y dande el cante. O quizá solo sean lágrimas de cocodrilo, pucheretes y llantina de pollo. Ese llanto con el que
dentro de nada se lamentarán todos los que recordarán no sin cierto agrado que el PP tuviera congelados a esos íncubos cuarenta años, maldiciéndolo por no tenerlos bajo su manto otros cuarenta. Así es que, a berrear pues.
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