Si hay un debate cansino ese es
el de la belleza y la inteligencia de las estrellas (de cine). Planteado desde
el inicio –coincidente con el de la radio, medio ‘caliente’ por excelencia–
como remake del premediático establecido con las hadas, las nuevas reinas del
glamur pero que por obligaciones del guión, bien amarrado por los intereses
patriarcales de la cultura ancestral, nunca llegaban a destacar en otras
magnitudes que no fueran las somáticas o las esotéricas derivadas de lo físico.
En esto llegaron los sesenta,
el famoso toque a emancipación, y el icono de presentación femenina ante las
masas giró para convertirse en algo que no solo representaba lo corporal y todo
su acarreo ideológico y sentimental, sino que abría las puertas a otros niveles
de representación, aunque fuesen prestados de lo masculino triunfante como era
lo intelectual.
Y ese ha sido el recorrido
desde entonces hasta llegar a la plena reivindicación –y rechazo, incluso
borrado histórico– de las mujeres como legítimas poseedoras de esa doble
capacidad hasta ahora y desde la asunción general del canon occidental fijado
en la antigüedad, y con el derecho a su libre desarrollo, empezando, cómo no,
por el cambio de los estereotipos fundamentales como es la iconografía más
influyente cual es la que se desprende de la imagen femenina, cuyo crisol más
eficaz es la ficción, sea en cine, televisión u otros.
De modo que existe hoy día toda
una rama mediática que si en los años dorados de Hollywood vendía vampiresas
discretas –calificativo que en los inicios de nuestro idioma significaba
precisamente inteligente–, ahora se dedican a presentar a la que pueden a
actrices al natural, cotidianas, y superiores solo en tanto son humildes
trabajadoras, y estudiosas mujeres que luchan en esta jungla global, y cuya
belleza se sugiere viene a ser solo un accidente.
Es el nuevo prototipo del
triunfo femenino, el que viene del esfuerzo, con tan solo la pequeña ayuda del
azar de la hermosura, que por otra parte está hoy tan democratizado por el
desarrollo, que le quita su carácter de privilegio clasista. O no, pues todo
está lleno de bellezas, pero las que llegan a las alturas, y tanto en el mundo
real como en el representativo, es solo por sus aptitudes y actitudes. O eso es
lo que venden.
o. De ahí la tozudez en dar a
conocer cada vez más ejemplos de que esa es la norma, para que sea aceptada
como natural, que por cierto es lo que se ha hecho siempre en el caso de los
hombres. Y de ahí el número creciente, en el expositor mediático, de mujeres
triunfadoras no solo por su belleza sino también por sus dotes intelectuales.
Lo que ocurre es que lo
somático y su valoración y promoción son tan evidentes que negarlo resulta tan
sospechoso como su contrario. Además de haber dado lugar a un debate paralelo,
un tanto insidioso pero no menos fundado, cual es el de si el proceso de
“normalización” de la iconografía femenina, cotidianizándola a la vez que
apartándola de su cosificación, no estará engendrando un modelo de mujer a
seguir que es más bien una supermujer, habida cuenta de la doble exigencia
tanto física como intelectual que el nuevo paradigma propone.
Lo cual, y aunque pueda
constatarse cada vez más en la realidad, y cualquiera puede comprobar el número
creciente de guapas y listas, y el decreciente de sus contrarios, sea o no machista
decirlo –y encima, no son tantas, como puede comprobarse–, puede desviar el
foco del verdadero debate, que ni pasa por la belleza ni por inteligencia, y
que es la mejor manera de seguir, aunque sea a la inversa, con las viejas
miradas, como base de viejos, estúpidos e intercambiables chascarrillos, de si
a ellas se las perdonaba su inteligencia a cambio de su belleza (o ahora su
belleza a cambio de su inteligencia), que infestan el acercamiento mismo al
asunto, sea este cual sea más adecuado, pero que está en marcha y por lo tanto
merece no centrarse más de la cuenta en los menos adecuados, todo lo más
algunas menciones anecdóticas divulgadas por ahí de ese folclores actual que es
mostrar ciertos compendios femeninos de belleza y cabeza, tan idealizados y
baratos como el famoso platonismo del mens sana in corpore sano, y que no pasan
de lo circense para recuelo de nuevas ‘mujercitas’, y que hay que tomar con las
obligadas reservas. He aquí algunos ejemplos. Ustedes mismos (y mismas).
Sharon Stone, superdotada patentada,
siendo estudiante de Bellas Artes se presentó al concurso de belleza Señorita
Pensilvania, y uno de los jueces, al ver su otro potencial, le aconsejó que
dejara los estudios y se mudase a Nueva York para convertirse en modelo. Muchos
años después iba a levantar dudas sobre su inteligencia al volver a Edinboro a
graduarse, al parecer inspirada por el ejemplo de Hillary Clinton.
Jodie Foster, niña prodigio del
cine, la mirada más inteligente de Hollywood, según nos la presentan, es
licenciada cum laude en literatura inglesa por Yale.
Emma Watson, su émula
aventajada parece ser la de la saga Harry Potter, licenciada en literatura,
filántropa y estudiosa feminista de la mujer europea, si bien da más bien el
perfil de espabilada que se lleva ahora.
Claire Danes (Homeland), la
intelectual inquieta a sus 40, una de las actrices más premiadas de la
historia, y que es la que da el perfil más auténtico de lo que venimos
diciendo.
Natalie Portman, 150 de
coeficiente intelectual, psicóloga por Harvard y políglota, que prefiere ser
inteligente a actriz de cine, dicho por ella, conferenciante de ocasión y
colaboradora en artículos y estudios científicos. Bien. Responde también a esa
inquietud por autentificar esa doble vía de legitimidad femenina, y lo menos
impostadamente posible. Ya veremos.
Madonna, que sin duda es más
lista que el hambre, es de esas que no se sabe muy bien si han triunfado por
inteligentes (que es lo que recorre las redes, con menciones a su alto
coeficiente intelectual, a toro pasado, ya que eso se lleva mucho) o es
inteligente porque ha triunfado, como solemos pensar los envidiosos.
Geena Davis, superreconocida
por su altísimo cociente intelectual, graduada en arte dramático en la
Universidad de Boston, inquieta donde las haya, y un tanto frustrada en su
intención. Lo cual no quita ni pone al tema.
Nicole Kidman, un caso similar
a Madonna, en cuanto a la admisión sobrevenida de su inteligencia superior (con
cierto tufillo a pose).
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