Érase un
hombre que cogió la costumbre de despertarse a las 4,13 de la madrugada
sobresaltado con la mano agarrada al miembro ardiendo duro como una centella y
preguntándose “¿qué hago yo de mamporrero intelectual?”. Y como ya no podía
conciliar ni el sueño ni nada, fue a buscar una farmacia de guardia.
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