Iba para algo. Aunque no sabía cómo explicarle a la suegra
aquello de casar dos votos (ya se sabe: un hombre, un voto; una suegra, dos),
uno para una lista y otro para otra que necesitaba el mayor número posible de
ellos para poder formar grupo parlamentario. Y mucho menos por qué el acuerdo
aquel había sido sólo para el caso de ganar. ¿Es que, caso de perder, iban a
romper el libro de familia y a meter los niños en la inclusa?
En definitiva,
aquella tarde volvió a casa hecho una novicia que no entiende aún el santísimo
misterio de fornicar y seguir siendo vírgen a que el pacto quería someterlo.
De
manera que abrió el buzón y, retirando del aluvión de ofertas todas las que no
venían al pelo de su quimera del día, se apoltronó en el sofá y se enfrascó en
el repaso de una de esas revistas que ofrecen mercancías por correo, como una
indispensable manta escocesa o una cinta de tres horas de vídeo que le prometía
“365 positions, para cada día del año” o un chándal sauna, que bastaba con
ponérselo y “continuar realizando las actividades habituales” para acabar
sudando como en un tormento de la Inquisición, por si no le hacían sudar ya
bastante en su actividad cotidiana; o aquella lencería femenina fina que servía
para todo, “incluso para dormir” y que “enloquece a los hombres”, con la
precautoria oferta dos por uno, al darse por sentado que la primera sería hecha
jirones ipso facto.
Enloqueciendo pues, le ofrecían luego un completísimo juego
de cuchillos profesionales, “siempre a mano para trabajar y con el que podrás
competir con tu carnicero”, que buena falta le iba a hacer, sobre todo el de
trinchar; al igual que aquel enchufe de tres tomas, que dentro de nada le sería
imprescindible.
Y al pasar página, se encontró un relajante tornado, en forma
fálica de cohete espacial, ideal para regalo para poner en juego toda la
imaginación en sus bolitas giratorias. Relajación que le fue imposible ya que
al lado mismo una muchacha lo turbó con aquella vibradora flexible, “mejor que
el habitual masaje manual”, pegadito al “desatascador inmediato” con el que no
tendría que llamar al fontanero ni utilizar productos químicos, y otro que lo
invitaba a “sentarse sobre 88 bolas de masaje”, nada menos, por 2.495 en lotes
de dos, y con una caja de herramientas de regalo, “del mejor material”, más un
maletín incluido (“¡Se acabó el buscar la herramienta adecuada!, perfecto en
casa, el coche, o los fines de semana”).
Y con este revoltillo y confundiendo masajes
con mensajes, y eso que pasó por alto el “encendedor más seguro del mundo”, que
a esas alturas ya no le hacía falta para nada, fue a parar al chollo, un
telescopio con una gachí en bolas (más bolas) a lo lejos, con el que
“¡observarás tantos detalles invisibles a simple vista!”, que le era ideal para
su presbicia más que despuntada.
Y además, con este “modo apasionante de ocupar
los momentos de ocio”, que iban a ser muchos en adelante, le regalaban un mapa
del cielo y una guía de constelaciones, proponiendo “el descubrimiento de la
luna y las estrellas, pudiendo utilizarlo además para observaciones a gran
distancia sin ser visto: planetas, animales, personas, barcos...”, que cayó
dormido y se puso a soñar que se convertía en un vibrador (muy) flexible que,
ascendiendo como un cohete por entre bolas, se incrustaba telescópicamente de
365 maneras distintas en algo que sudaba dentro de un chándal o un salto de
cama, no sabía, y en esto que oía voces que gritaban: “¡para desatascarlo hay
que cortarle la herramienta!”, que fue cuando se despertó asfixiado.
Pero enseguida sonrió al ver que era sólo cuestión de días poder materializar sus
sueños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario