Pobristas
Hubo
un tiempo en que la revolución se quedó sin materia prima, descolocada. Había
libertadores, pero no esclavos dispuestos a ser liberados. Algo así como un
desfase entre la oferta y la demanda. O, en términos de comunicación, que el
medio no era el mensaje, sino más bien un masaje. Pero eso cambió con la
crisis, al producir esta al mileurista, el nuevo individuo que, una vez
conceptuado sintéticamente como el pobre epistemológico actual, ha podido servir
de aglutinante artificial de la nueva clase desposeída, y sustituir
instrumentalmente a la ya desaparecida del proletariado, salvando así de la
ruina a los políticos, que amenazaban quiebra y les ha faltado tiempo para
hacerse pobristas, esa plaga criminal que, cual secta neo dulcinista, se dedica
a penalizar, cuando no a criminalizar, de palabra y sobre todo de obra, a quien
es capaz de vivir sin tener que recurrir al nuevo vasallaje del clientelismo
político.
Para ello se invocan la igualdad, equidad y justicia del reparto. Aunque
en la práctica consista en homogenizar la escasez y necesidad como nueva gran
comunión obligada a la que sacrificarse. Es el nuevo gran ideal. Y quien no lo
hace y se aparta del gran rebaño de desheredados pasa a infringirlo y a ser
sospechoso del “algo habrá hecho”, “por algo será” o “Dios sepa” y a ser mal
mirado por los que se quedan (“En cuanto los ideales son declarados superiores
a los hombres, empieza la cacería”, Fernando Aramburu) y por quienes, ruinmente,
solo pretenden explotar el gran caladero para seguir justificándose como un mal
“imprescindible”. Unos, abiertamente; otros, cínicamente, defendiendo la
riqueza como fin, pero a base de fabricar pobres. Solo se diferencian en el grado y la
presentación.
Aun así, el asunto, tan viejo como el mundo (el triunfo del
cristianismo fue su primera gran hazaña) presenta algunas novedades, tanto de
forma como ideológicas. Así, la famosa declaración de la renta como DNI para
acceder a la nueva solemnidad de la pobreza energética o la renta universal, de
camino a la dependencia general de estos aduaneros del cielo (por lo pobre)
aquí en la tierra. En el olvido queda que al pobre solo le ayuda otro pobre. Y
no hablo de caridad, ni menos de solidaridad, que es aún más paternalista y
vertical. Sino de que los predicadores se ordenan sacerdotes y usurpan el lugar
propio de la gente. Y eso aún lo pone peor.
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