Una de las grandes frases del
cine no hubiera tenido jamás la resonancia que tuvo en español de no haberla
dicho un grande del doblaje como era Constantino Romero.
Es más, la carrera de Clint Eastwood, especialmente bien valorada por estos andurriales, le debe mucho a dos hechos digamos de orden latino –sin querer con ello devaluar los anglosajones méritos propios del gran cineasta–, como son su paréntesis italiano (que acabaría siendo catapulta), con parada en Almería, y, especial y muy relevantemente para nosotros, el préstamo de la voz de Constantino que acabaría de hacer de él un actor de adopción.
Es más, la carrera de Clint Eastwood, especialmente bien valorada por estos andurriales, le debe mucho a dos hechos digamos de orden latino –sin querer con ello devaluar los anglosajones méritos propios del gran cineasta–, como son su paréntesis italiano (que acabaría siendo catapulta), con parada en Almería, y, especial y muy relevantemente para nosotros, el préstamo de la voz de Constantino que acabaría de hacer de él un actor de adopción.
Porque,
digámoslo ya, la voz original de Clint no es precisamente uno de sus fuertes. Y
lo que es peor, no acaba de cuadrar con muchos de los papeles que lo elevaron a
icono del cine, sobre todo después de haberlo oído tantos años con otra voz,
que es la que descubres que es lo que le faltaba para su redondeo dramático, y
que funciona como un injerto a su talento físico, del que hace de complemento
ideal.
Y es que eso es lo que fue
Constantino para Eastwood, la parte añadida para elaborar el mito en nuestro
idioma. Cuando los mitos aún se hacían de oídas. Lo cual está claro que es toda
una impostura. Una impostura que, de no existir, habría que haberla inventado.
Ya que de éstas las hay infumables y otras excelsas. Así como distintas.
Por ejemplo, la efectuada por
José Guardiola doblando a Bogart –al que por cierto también acabó doblando
Constantino–, que es la perfecta, teniendo en cuenta que si ya en original, la
voz de Humphrey es determinante, en castellano, con Guardiola sucede lo mismo,
siendo su voz la que nos lo traslada a nuestro eco en su auténtica personalidad
cinematográfica, haciéndolo perfectamente comprensible tal cual es, lo cual es
de un gran mérito, y que es precisamente lo contrario de lo que sucede con el
Clint de Romero, que desvirtuándolo con una voz ajena le confiere la
personalidad propia completa con que se nos presenta icónicamente.
Son esas cosas por las que
tanto echamos de menos a Constantino. Incluido, espero, el propio Clint, al
cual estoy seguro que le gustan más sus películas en español. Porque es que es como
si fuera más lo suyo, ¿no? O al menos lo parece, que es lo importante con los
sueños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario