Junio es el mes por excelencia de las devoluciones. Como si
nos hubiéramos empancinado de sombra y lluvia y al llegar san Juan quisiéramos recuperar
el imposible occidental de ser nosotros mismos, qué inmensa tontería.
Los hijos, por ejemplo, que después de haberlos devorado como Zeus, quisiéramos regurgitarlos para revivirlos y reconocernos en nuestros vómitos. Sólo que eso es bastante difícil.
Los hijos, por ejemplo, que después de haberlos devorado como Zeus, quisiéramos regurgitarlos para revivirlos y reconocernos en nuestros vómitos. Sólo que eso es bastante difícil.
Si le hacemos la prueba de ADN a lo que queda de ellos
veremos que ya no son nuestros en su mayoría. Usted manda a un hijo a estudiar
y vuelve analfabeto. Si a afeitarse, barbudo. Y si virgen, ni hablemos. Durante
estos días, riadas de ellos con traje “se gradúan” frente a iguanas de
capisallo y mirada bovina. Es su primera comunión intelectual, aunque no sepan
el padrenuestro. La mayoría celebran no tener que leer más libros en su vida.
El que los haya leído.
Pero dejémoslo. El paradigma del padre frente al hijo es el
de aquel que envió un paquete con un libro a una dirección, y tiempo después,
al serle devuelto por “destinatario desconocido” o “ausente”, abrió el paquete
y se encontró con otro libro. Y sin pensar que él mismo bajó a por tabaco
fumando negro y compró rubio, surge el complejo de culpa paterno. Tenemos la
manía de mandarlos a la guerra sin pensar que nos devolverán distintos incluso
sus cadáveres.
Y si cuando estaban vivos nos negábamos esa posibilidad,
queremos sin embargo asegurarnos de que se hayan convertido en nuestros muertos
auténticos. Para que nuestra alma inmortal siga siéndolo necesitamos cadáveres
ciertos para poder pasar página tranquilos. Así es como una sociedad vital,
alegre y jovial, rechaza la muerte, por fúnebre y marchita. Siendo ella tan
tanática.
Y nos empecinamos en exhumar nuestros propios restos del
cuerpo que nos queda, como pasa con Lorca, que hasta que no sepan su paradero,
por lo visto muchos no podrán aprenderse tranquilamente el romance del
Camborio.
Vivimos convencidos de haber recibido un cuerpo –individual y social–
equivocado y estamos empeñados en que nos devuelvan el legítimo para que la
muerte no sea una simple metamorfosis de la vida, tan sutil como un cambio de
estado, como el casado se obstina en ser soltero. Y así no hay forma.
Vamos a
los rayos Uva o nos ponemos a desmagrar para que el destino nos devuelva aquel
cuerpo perdido que en algún rincón guardará un alma. Para sufragarlo contamos
con que Hacienda nos devuelva la fianza. Sólo que Hacienda, como la vida, a
veces falla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario