No
estoy seguro si fue el Guerra el que,
toreando en La Coruña, cuando aún no era nacionalidad, y decirle un periodista
qué lejos le pillaba Sevilla, dijo aquello de “lo que está lejos es esto;
Sevilla está en su sitio”.
Con esta paletada de carallo el torero expresaba no obstante la idea etnocéntrica tan generalizada entonces de la patria, tan próxima en la lejanía, que casaba perfectamente lo local con lo general.
Mucho tiempo después, un paisano suyo, con su mote hecho apellido, predijo que cuando terminasen con España no la iba a conocer ni la madre que la parió. Y aunque algo de eso pasó, a juzgar por lo que llevamos visto, resulta que es que no habían acabado y tienen que seguir con la mejora. La reconstrucción de España, segunda parte. Algo parecido a como hacen los albañiles cuando te meten los trastos en el domicilio y te dicen “no se preocupe usté, que va a quedar contento”, ya se sabe que el proletariado (y los que hablan en su nombre más) es de boca caliente, arranque de caballo y parada de burro, y tú, mientras, recogido por la suegra o aún peor, en la parcela, sin saber cuando plegan.
Con esta paletada de carallo el torero expresaba no obstante la idea etnocéntrica tan generalizada entonces de la patria, tan próxima en la lejanía, que casaba perfectamente lo local con lo general.
Mucho tiempo después, un paisano suyo, con su mote hecho apellido, predijo que cuando terminasen con España no la iba a conocer ni la madre que la parió. Y aunque algo de eso pasó, a juzgar por lo que llevamos visto, resulta que es que no habían acabado y tienen que seguir con la mejora. La reconstrucción de España, segunda parte. Algo parecido a como hacen los albañiles cuando te meten los trastos en el domicilio y te dicen “no se preocupe usté, que va a quedar contento”, ya se sabe que el proletariado (y los que hablan en su nombre más) es de boca caliente, arranque de caballo y parada de burro, y tú, mientras, recogido por la suegra o aún peor, en la parcela, sin saber cuando plegan.
Claro
que tampoco sabes bien cuándo empiezan, aunque mucho antes de hacerlo ya te han
dejado las espuertas con el nivel, la maceta y el escoplo en el recibidor, e
invadido el salón con dos regles llenos de pegotes, un tablón y las tijeras del
andamio. Es la guerra psicológica, para que te vayas haciendo una idea. Luego,
cuando enganchan, te echan, aunque te digan eso de que te vas porque quieres, y
que no estorbas, entrándote un complejo de señorito que luego a luego te
traiciona hasta invitarlos a una cerveza, que se beben de un trago con el
achaque de que tienen que volver a escape al tajo. Y ya estás pillado.
A
partir de ahí ranrearán todo lo que sea menester, bajarán a por tabaco, porque
como las ventanas están abiertas la casa ya no es un centro de trabajo; se
perderán una semana porque les ha salido una cosilla en otro lado; irán a por
una miaja de yeso, que se les ha
olvidado; te cuestionarán inevitablemente que hayas elegido ese panel ligero
(“una mariconada”) en vez de poner ladrillo del nueve; se reirán del aparejador
–si les nombras un arquitecto igual se largan y todo–, y eso sí, te dirán que
tapes esos libros, “mia no les caiga un churlitazo de masa. ¿Y qué es lo que ha
estudiado usté?”, descojonados a la que te das la vuelta.
Eso,
por no hablar de cuando te preguntan lo de “¿dónde quiere usté esto?”, para a
continuación ponerlo en otro sitio, o el famoso sarcasmo cívico de “tenga usté
cuidao, que está todo perdío y se va a manchar”, anticipo del fangal que
heredarás con la entrega de la obra y que pondrá en peligro tu matrimonio
además de tu hacienda. Aunque algunos aprovechen precisamente el advenimiento
de tal operativo para tronchar ambos y, al grito de “¡conforme entre un obrero
por esa puerta, yo salgo por la ventana!”, descasarse en el más amplio sentido
del verbo carnal.
Sí,
para eso pueden ayudar. Incluso llegar a ser una buena operación de castigo
contra el vecino, y machacarlo con voces, picachas, brocas, batidoras, o la
torturante radial. Para eso están sindicados y deben ser solidarios. Digo los
vecinos. Pero si piensas seguir a tu marcheta vital, lo peor que puedes hacer
es meter en casa un comando de iconoclastas con mono. Que viene a ser lo mismo,
mutatis mutandis, que meter paneros (tanto por la pana como por la hogaza), que
a diferencia de los currelas entre ellos no hay ni un justo que no piense en
entregar intactos los huesos al Altísimo, o a Belcebú, tururú.
Hombre,
estamos de acuerdo en que no hay casa que no necesite una pellada, repasar los
tabiques palomeros del cielorraso o repintar un inglete, pero darle las llaves
(y la cartilla del banco) a un arreglaespañas para que te la deje hecha un
yacimiento de empleo, además de llevarte directo a la arqueología, por aquello
de estar cavando tu propia fosa, o mejor metiéndote en la que te proveen a un
precio de amigo, tratándote bien y por ser tú, es una gabela que te convertirá
en pasto de la internacional currelante, pues los oficios son como los tordos,
gregarios y seriados, por mucho que se pongan verdes unos a otros de informales
e incompetentes.
Para
colmo, cuando hayas confraternizado un poco con ellos, lo que quiere decir
cuando les hayas hecho de recadero y comprendas que te tienen de chiquillo –sin
capones, eso sí, menos mal que la violencia ya no está permitida– ni siquiera
por la costa, y que los que se van a ir a ella gracias a ti son ellos, y que lo
tuyo no llega ni a contrato basura, pues ni el oficio te enseñan, verás,
sentirás, mejor, porque lo sacarán de tus carnes, que los jodidos amanuenses se
ríen del calendario y llegan a fin de mes como unos tíos, fumando americano y
churrando escocés, y tú ahorrando para cambiar de ordenador.
¡Cuidado! Detrás de cualquier albañil puede haber un Pedro Sánchez. |
Y
ves que las dos alternativas son igual de malas: si los echas a medio, reza; si
te esperas, confiésate. Suspiras y lanzas una plegaria: “Así les caiga un
castigo, Dios lo premita, o el
ferrolano, allí donde esté. ¡Julio, ven y llevátelos!”, exclamas mirando la techumbre. Entonces ésta se desconcha y te
cae en plena cara, y desolado compruebas que otra vez te has puesto a implorar
al Iglesias equivocado, y ves que sólo te queda llorar. Moraleja: la vivienda
sube porque todo el mundo se busca una de repuesto por si tiene que empezar de
albañiles.
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