El insondable azar, y unas
cuantas fugas, han querido que la tocata en la, la, la mayor sostenido (y lo que
nos queda) del Procès, sea interpretada por 12 instrumentistas que son los
comparecientes, pues muchos son los llamados y pocos los elegidos (o acudidos).
Doce,
número mágico donde los haya, que mide el tiempo y representa la armonía y la
pureza, y a los tocados por él, como personas pacientes, sinceras y buscadoras de la
perfección, que a saber si más de un magistrado no haya dejado en vilo su impostada
suficiencia togada por ver en la cifra un mal fario para la vista (y el oído).
Quizá por eso fuese preciso juzgar, junto a los asistentes a esta ¿Última
Cena?, al Cristo ya de palo (quién te conoció, ciruelo), por huido, que es
Carles. Para que así sean 13, doce apóstoles, y un anticristo. Una cifra
negativa y chunga que añadiría sentido a la envestida de la justicia, y no contra
doce, y su coraza positiva que le confiere la numerología, y que hay que
negativizar antes de citarla siquiera.
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Por eso lo
mejor es una condenita y (siguiendo con el verbo condonar, que es lo propio de
los politiquillos de turno) el indulto pertinente. Y serían mártires y héroes,
pero guarros, desvirtuados: dirty:
sucios.
Hay mucho empeñado en hacer de esto el óleo de Leonardo, frontal,
claroscuro, ordenado, bizonal, racional, medido, emotivo, psicológico,
personalizado y discursivo. Pero quizás aquí lo que se necesite sea un
Tintoretto que pinte esta ¿Última cena? en oblicuo amontonamiento, sombría y
brusca, caótica y populachera, con el típico abigarramiento del desorden. Y
dejar el falso humanismo a un lado. Lo que se llama pasar del renacimiento al
barroco. O de la renaixença al barroc. Que ya está bien.
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