El fascismo alemán acuñó
“la noche de los cristales rotos” como expresión prístina de golpe de efecto
unísono y premeditado, al hacer fosfatina los escaparates, ventanas y demás
transparencias judías, dejándolos al orete junto a cualquier pretensión de
convivencia.
Ochenta años después, algunos salidores sabatinos reviven cada cencerrada semanal el gusto por romper vidrio, en este caso de cascos de botella, para no calentarse mucho los suyos buscando otra diversión, volviendo lo rompedor de la juventud sinónimo de destrozón, que es más bien pueril.
Pero es que la edad del
garbeo de los pingos baja cada año, como falsa mesura de la libertad. Falsa,
porque esos horarios –iba a decir de asueto, pero eso es más propio de los que
lo alternan con el curro–, no han sido conquistados sino regalados y toda
libertad auténtica tiene un precio, algo que no va con la saliduría, que sólo
tiene un coste económico, orgánico, sexual, etc, que es lo mismo, pero no su
precio real, que no sabermos de cierto cuál será, presuponiéndolo tan sólo a partir
de muestras superficiales como son las papeleras destruidas, los árboles
tronchados y la basura plástica de moqueta dominguera madrugándonos, pues la
sustitución de los frascos por las litronas de vaso de pet impide a los
nuestros seguir emulando a fecha fija a las juventudes de las SA alemanas o,
por poner otro ejemplo de fascismo menos sospechado, a los somatenes de todas
las edades y condiciones organizados espontáneamente –y nada se vertebra de ese
modo si no se dan todas las condiciones ideales– cada sábado en la noche en los
pueblos usamericanos para farrarse ejercitando todo tipo de taras racistas,
como tan bien quedara plasmado en películas como La jauría humana.
Y no vale echarle la culpa
a la luna, la hora, ni, si me apuran, el alcohol. El problema es el glamour
implícito en salir, y si es de noche, no veas –ciegos o no–, y el mal rollo
adosado a dormir sincronizado con los luceros, que es sinónimo de muermo y
amargamiento.
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¿Vandalismo nocturno o arte de vanguardia? |
Salir, así, es hacer algo
concreto y con una validez casi productiva para los que casi no hacen otra
cosa, y absolutamente para los que la explotan. Lo que pasa es que, a pesar de
tener bastante práctica, muchos que empiezan o que no acaban de convencerse de
que esa va a ser la gran actividad de sus vidas, necesitan hacer algo más que
salir, que no es poco: por ejemplo, romper vidrios, que es su forma de machacar
a los judíos de turno, en este caso de modo muy benigno porque, entre otras
cosas, son los que les sueltan la guita para salir y los esperan hasta las
tantas, muchas veces... al orete.
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