Hay gente que
alimenta sus síndromes, y otros que luchan a brazo partido por quitárselos de encima.
José Tomás, por ejemplo, cada vez tiene más complejo de Virgen o, si lo
prefieren más columbófilo, de Espíritu Santo.
Antitelevisivo hasta lo
walterbenjaminiano –por aquello de que la reproducción de masas mata el arte, o
quizás por no querer ser un asesino en (tele)serie, de cornúpetas–, se niega
tanto a la cámara como a la repetición, consciente, no de que a la inspiración
divina le cuesta aparecerse urbi et orbi, sino de que él es la paloma mensajera
(y no ensagero nada) del trasunto del
toreo o, si cabe, el intercesor, a modo de Santísima Madre, entre el público borderline y la excelsitud sobrenatural.
Para lo cual es imprescindible aparecerse de cuando en cuando, a una pastora, a
un labriego o a un sujeto con puro, bota de vino y bocadillo. Una actitud que,
aunque tenga un pase, emula la leyenda de Juan Belmonte (no mi padre, sino el
otro), que decían que había que ir a verlo pronto, antes de que se lo llevase
un pitón.
Lo cual es un rejonazo a la postura a puerta gayola del maestro, pues
al repetirse la historia la faena pierde muchos enteros en lo mítico, que es lo
principal.
Albert Rivera, sin embargo, lo que pretende es dejar de ser
cosificado como gozne, antes de pasar a la historia como el bisagras que no
fue. Algo difícil, ya que él vino con ese papel al mundanal ruido y así lo dijo.
Y
claro, el enemigo, que es mucho, le obedece y, tras renegar de aquello a lo que
lo condenó la ingeniería de los que mueven esto, y salirnos maula y apuntarse a
lo único que aquí está demostrado que funciona, y a lo que le han empujado, la
partitocracia –todo lo hecho ha sido para eso: pactos, búsqueda de instituciones, territorio y clientelas–, lo banderillean y afean con crónicas de diario inventado,
sonrisa de hiena y mala baba vengativa típicos del pringado veterano insalvable, que se consuela con el
tifus general: “¿No ibas a ser tú diferente, so listo?”.
Lo cual, como quien no quiere la cosa, le ha facilitado poder
deshacerse de sus propios socialistas, consolidar su posición ya veremos si de rey sin corte, y casi liberarse de su síndrome de
bisagra. Pero esto es España, y el que quiera salir por la puerta grande, tiene
que matar. Y cortar alguna que otra oreja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario