A los asesinos de mujeres les
ha dado ahora por hacerlo en público. Como si para motivarse necesitaran
espectadores, y cuanto más familiares, mejor. O sea, peor, porque aunque no
paguen entrada, la visión de la muerte de la madre, o la del padre matándola (solapadas
y a cual peor), es el precio más oneroso que puede pagar un hijo por lo más infernal,
aunque en realidad sea solo la señal del coste final que solo acabará con el
mismo espectador, por ser un asunto, alzheimer mediante, de por vida. Un
espectáculo eterno.
Porque, se quiera o no, también es eso. Por su puesta en
escena, sin duda con un argumentario, un repertorio, un presupuesto. Y su
ejecución. Es, por escabroso que resulte, como si los asesinos no tuvieran
bastante con matar, que ya debe satisfacer lo suyo (lo de ellos, quiero decir),
y buscasen, además, el me gusta (o el me disgusta, que a lo mejor les gusta
más), el aplauso, algún meme que echarse a la pobre neurona.
Y me da por pensar
que tras estos crímenes abyectos y un tanto absurdos también existe la huida
del anonimato de hoy: la evasión de la soledad del Facebook, la ruptura con la
alienación del don nadie oculto en el grupo de guasap. Ser al fin alguien
dentro de la anomia general, aunque eso conlleve nombrarte de manera horrenda.
En fin.
Se dice que estos crímenes son los que justifican la PPR (Prisión
Permanente Revisable), eufemismo con el que se quiere revivir la cadena
perpetua. Y se abre otro telón, que si justicia, que si venganza. Prevenir o
curar. Vigilar o castigar. Bah. Al final, son ideas, producto de la mentalidad
de cada época, para consumo de la sociedad del día en forma de usos y modas perecederas
sobre la muerte, sea civil o física.
Pero nadie piensa en el espectador. No
solo el lejano, el gratuito, sino el pagano directo y víctima, solidario en
tanto padecerá siempre no solo esa acción, sino también su sanción, afectado
tanto por la cárcel del reo como por su posible liberación. Esa otra condena
que lo convertirá en convicto permanente de eso tan asqueante como es la
inocencia culpable, o viceversa. Es como se transmite toda pena. Y les ha
tocado.
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