En semanas empieza la
campaña más importante a todos los niveles, incluso religioso, y no es la
electoral, sino el acople de millones de puretas en sus plazas con destino cada
cual a su Ítaca perdida o nunca hallada.
Llámese vuelta al nomadismo,
confortable y de diseño, o búsqueda de ese modesto vértigo para gilipollas, que
dijo Cèline, el caso es irse. Ya no es ese salir sin fuste, cuando la suegra dice
peyorativamente de la nuera: se ha ido a mojar el conejo en agua del mar. No.
Ahora se trata del garbeo, incluso del periplo inapelable, propio, sagrado. Mientras el cuerpo aguante y aunque falte para aceite. Y más
si es a subvención. Convencidos de merecerlo; de eso se encargan nuestros
potreadores. Para hacerlo sin complejo de culpa, impunes. Y el merecimiento va
a más.
Uno de la Marcha por las Pensiones ha dicho que lo hacen por sus hijos y
nietos, a ver si consiguen que la juventud empiece a arrimar el hombro. Bueno.
Aunque lo de querer que los nietos, algunos aún nonatos, cobren la pensión, quizá
sea pasarse un poco. O que trabajen para que puedan cobrar los padres, una ilusión.
Pero eso de andar está bien, tomar el sol, coger vitamina D, que luego el
cerebro se resiente. Y a hijos y nietos tampoco les vendría mal, en vez de
tanto reivindicar bus gratis para jóvenes para ir al centro, y viva el
colesterol. Aunque luego vayan al día sin coches, incluso sin tenerlo.
Y es que
siempre nos creemos que el rebaño, los ovejos que siguen al flautista a toque
de gangarro, son los otros. Y cada generación es un rebaño. Cuando los hijos
del franquismo nos rebelamos contra él con la berrea, nuestros padres se
cambiaron de camisa y a la primera de cambio votaron de estrangis al Psoe.
Primero nos traen al muladar, y luego nos dejan vendidos a sus usufructuarios.
Los
psiquiatras, claro, se pusieron de moda. Y fueron al hoyo cuando asumimos el
putiferio original mientras vivíamos de la herencia, hipotecándola (bueno, y de
algunos que aún trabajaban) bajo el lema “al viejo y al bancal, lo que se pueda
sacar”. Y ahora, de los huesos enterrados en él. Así, hasta que nos pegue un
viaje. El viaje. Y más huesos.
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