Mayo
sigue, brutal, reinando en junio. A la espera de un toque de diana que no llega
–solo atendiendo a los de queda, retreta, y ahora oración (qué cachondeo)–,
mayo anda dormido en los laureles de sus muertos, con regodeo impávido, como si
no pasara nada, no asediase el trino de los pájaros, no amaneciera más temprano
y la fiel infantería de las flores no anduviera secándose ya en los arriates y
sembrados.
Y es que mayo es alérgico a la diligencia (y a John Wayne, mia tú),
maestro de holgazanes y de pillos, corruptor de mayores y cómplice de timadores,
granujas y tiranos becarios, del motín y la duda, y perezoso, y lábil, y
voluptuoso compulsivo, un inseminador en suma, de falsas voluntades, y fronda,
mucha fronda, que nos impide ver con claridad, pues las verdades, como los
árboles, no dejan ver la mentira del bosque.
Y este mayo es toda una floresta,
una jungla, la humana, que va tomando forma a golpe de decreto, ingeniería
social y lifting de neuronas; de pesticidas para el alma y herbicidas para la
ingenuidad, que ha crecido mucho con la hibernación y tanta lluvia de esperanza
artificial, infiltrada como un bótox barato de promesas endémicas.
Y una vez
instaurada la dictadura de relacionarse con visado, las fronteras se extienden
como el polen, y ya es peligroso desplazarse hasta entre territorios. ¡Al fin
fronteras en los taifas de España! ¡Qué viva la Edad Media! Pero entonces, ¿qué
hacer con el apartamento de la playa? Esa es la gran pregunta del millón y del
mes para la videoconferencia dominical de los capo di capi, para esos
buscarruinas.
Quién nos iba a decir que mayo, aprendiz de desnudos, iba a ser
el mes de los escudos, corazas, cubretodos, bozos, miriñaques y, sobre todo,
yelmos, para cocer cabezas con ondas, desechada por no servir para eso la
humilde y quijotesca bacinilla que como buenos bacines ignorantes sin virus
llevábamos, es un decir, hasta aquí.
Menos mal que nos han armado caballeros, y
a algunos, hasta héroes, y saldremos más fuertes, y unidos, seguro, a disfrutar
de mayo, y a quitarnos el sayo, el 40 de mayo, o el 120, o el 200. Y qué más da,
si aún será primavera.
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