Ya es definitivo: aquí los
tríos como que no. El último en verlo claro ha sido Neymar, que quizá miopizado
por las viseras de las gorras que anuncia, ha incurrido en la misma falsa
impresión de tantos autóctonos de pensar que aquí los tiempos de la terrible
dualidad, el marchito bipartidismo, las viejas dos Españas, la verde y la
marrón, la seca y la húmeda, la anticlerical y la meapilas, la de playa o montaña, la del nesquik o colacao
(ambos catalanes, por cierto), todo eso ya estaba superado y
los terceros ya no eran en discordia, y era por fin posible un cielo con tres
estrellas, como el misterio, uno y trino (o Trina, que es sin gas): CR7, Messi
y él. Y no.
Aquí lo tercero sigue siendo para peor –como el infierno canicular,
ahora sumado como un fijo discontinuo a los exclusivos verano e invierno de
toda la vida–. Y el único misterio es que haya siempre gente dispuesta a
demostrarlo estampándose contra él. Bueno, y que, de establecerse una divinidad
en triunvirato (o triunviriato que dirían otros), ¿qué papel de esa Santísima Trinidad le
correspondería a cada uno?, en especial el de palomo.
No. Es más fácil repartirse
la gloria entre dos, aunque no se sepa muy bien quién es la madre o padre (que
los trujo), y más ajustado al trastorno bipolar histórico español, maniqueo y
sectario pero con el que nos barajamos de perlas, tan dicotómicos, ciclotímicos
y monotemáticos que una tricotomía nos suena a virus inductor de cagalera, o todo
lo más a una tricotosa, que es el modo al que Pedro Sánchez pretende retejer el país, a
ganchillo, sabiendo que cada español es una nación en potencia (además de un
seleccionador de fútbol), y que, puestos a ampliar dúos, es tontería quedarse en
tríos o cuartetos, y lo que hay que hacer es pluralizar hasta el infinito, como en el sexo, cuya
tercera vía, para integrarla ha sido ampliada a todo el abecedario: LGTBQHIJKLMNÑA,
si tu novio no te quiere otro novio te querrá).
O somos plurales o no somos. Y
más con nuestra biodiversidad. Qué menos que ser tres Españas hoy día –quedarse
en dos es de catetos–. Más la silenciosa, que luego es la que lo jode todo, y
lo mismo no compra entradas para el remake de la historia que se anuncia, hace
cinco siglos llevada a cabo ya como drama romántico con el enlace Castilla–Aragón, y que ahora se vislumbra como reality
tragicómico más propio de los tiempos, del desencuentro de sus herederos históricos más histéricos, al grito de “¡que se
besen!” de los espectadores, todos deseosos en el fondo de estar expuestas a las jugosas salpicaduras del amor cuando se reconcilien los que se odian. Porque aquí hay tema, digan lo que digan. Aunque me temo que la cama la vamos a poner los de
siempre.
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