Desde Con faldas y a lo
loco se sabe que nadie es perfecto, y menos los actores. Es más, los defectos
pueden ser un magnífico acicate y muchas veces la peculiaridad original, a
mitad de camino entre el pecado y la marca, que garantiza un ahorro
considerable en marketing de darse a conocer.
El equivalente en lo físico a crearse lo que se llama una buena mala fama. El “devil touch” tan necesario para ser reconocido. Si bien luego muchas veces puedan ser un lastre, si no se utilizan a favor.
El equivalente en lo físico a crearse lo que se llama una buena mala fama. El “devil touch” tan necesario para ser reconocido. Si bien luego muchas veces puedan ser un lastre, si no se utilizan a favor.
Así, Paris Hilton tiene un ojo vago, aunque lo disimule muy
bien –y con la ventaja que no tenga que declamar ante las cámaras ningún
monólogo de Hamlet–.
Nuestra Penélope carece de separación entre labio y nariz,
lo cual conlleva un dineral en maquillaje, si bien ello también le ha granjeado
una imagen –quizá cultivada– de latina caliente.
Jennifer Garner, de otro lado,
y aunque ello no le impida para nada actuar (aunque bien que se haya ocupado de
darlo a conocer, quizá como inversión de futuro, para obtener alguna paguica
por minusválida cuando se jubile), por
padecer braquimetatarsia, o que
se le monta el meñique de un pie sobre su vecino, debido a un acortamiento de
los huesos metatarsianos, que, por cierto, es lo mismo que padece Megan Fox,
pero en los pulgares de las manos, mientras que en Joaquín Phoenix es evidente
su labio leporino, lo cual le ha servido y mucho para su imagen en tantos
papeles con “lado oscuro”.
Pero lo de Kate Boxworth sí que es mucho más glamuroso y hasta sexy,
pues posee un ojo azul y otro verdimarrón, analogía de tipo perruno que sin
duda le reporta beneficios laborales muy a la vista. Algo que el bellezón Uma
Thurman, que los tiene saltones, no puede disfrutar, sino aspirar a disimular,
con mucha dificultad, algo que sí puede hacer con su peor defecto, que son sus
dúmbicas orejas, que apenas enseña, como es lógico, y aún así resulta una
actriz de altos vuelos.
Si bien, y por no cansar mucho esta breve entrada sobre
lo poco reñido que andan los fallos físicos, ya sean de nacimiento o
sobrevenidos, con las carreras actorales, siempre dentro de un margen, claro,
quizá el más elocuente y edificante de todos sea el de Herbert Marshall, gran
actor del cine de oro al que le faltaba una pierna, desde la misma cadera,
desde la 1ª Guerra Mundial, y que consiguió ser el galán ideal de todas las
grandes estrellas tanto del mudo como del sonoro, hasta los 40, en que pasó a
ser un secundario de lujo, y al que jamás ningún espectador sospecharía que
siempre iba montado sobre una pierna suya y otra que le aparejaron en plena
guerra, y que tan solo en una ocasión, en el rodaje de La loba, cuando se
arrastra por la escalera, tuvo que ser relevado por un doble especialista.
Y
ahí quedó, para la historia. Para que digan que las minusvalías no producen
muchas veces plusvalías.
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