Ahora, a las mujeres
les ha dado por hacerse ministras de defensa. Al menos por aquí. Pero es que una
de las ideas más geniales de las mujeres fue ya la de meterse en la milicia.
La cosa viene de atrás, aunque más bien lo hagan por echadas p’alante, ya que hace tiempo que se metieron en los cuerpos de seguridad del Estado, para tener más seguridad en el suyo propio y adquirir un estado más plural que el de casada o buenaesperanza. A tales cuerpos antes se les llamaba represivos y, parece que no, pero desde que están ellas, la enseñanza, la medicina y otras reprensiones sectorizadas, ya no huelen tan mal. Como diría uno de aquellos de la patrística, la mujer es tan perversa que todo lo confunde. Y puesta a reprimir, libera. Del complejo de Edipo, por ejemplo.
La cosa viene de atrás, aunque más bien lo hagan por echadas p’alante, ya que hace tiempo que se metieron en los cuerpos de seguridad del Estado, para tener más seguridad en el suyo propio y adquirir un estado más plural que el de casada o buenaesperanza. A tales cuerpos antes se les llamaba represivos y, parece que no, pero desde que están ellas, la enseñanza, la medicina y otras reprensiones sectorizadas, ya no huelen tan mal. Como diría uno de aquellos de la patrística, la mujer es tan perversa que todo lo confunde. Y puesta a reprimir, libera. Del complejo de Edipo, por ejemplo.
Freud, ni se
imaginaba lo que podía curar una madre que currase de agente de tráfico. Sobre
todo si le clavaba al hijo diez mil lúas de multa por aparcar en prohibido. Y
es que la mujer, tal y como la identificaban esos antiguos, es como el agua,
que todo lo disuelve. De manera que, si se me permite, voy a enunciar una ley:
el número de psiquiatras decrece directa y proporcionalmente al crecimiento de
los cuerpos de seguridad femeninos. Que ya hay que tener cuerpo para meterse en
ellos. Pero la mujer está demostrando que ella, como el hombre, también es
capaz de meterse en otros cuerpos.
Casi más que en el
alma. Que es por lo que el único cuerpo represivo que se le resiste todavía es
el de los curas, y, cosa rara, no han hecho fuerza en ello hasta que éstos han
abandonado las faldas por el pantalón. Y es que en eso, tienen que admitirlo,
tienen una fijación. Bota, chupa y pantalón es que molan un montón. Una
cuestión de vestuario que las ha llevado a no optar apenas por el cuerpo de
bomberos, por ejemplo, que no da para lucirse. Y con esas mangueras..., quite,
quite. O esa barra por la que hay que bajar deslizándose, y que las convertiría
a todas en strippers a la fuerza. Que yo creo que las disuade, y hace de la
bombería el último mohícano de la iconografía masculina. Quien se lo iba a
decir. Lo cual es una pena, con la de fuegos (casi tantos como encienden) que ellas
serían capaces de apagar.
Pues las mujeres no
han echado mano de las armas –quiero decir de las que no eran suyas– como
respuesta a la poca que tienen ya las llamadas a los mozos, que, por otro lado,
ya cantaba esa mariconada de sacar los militares a bailar siempre a los
jovencitos. Que había que tener valor. El que precisamente se ponía después en
la cartilla “se le supone”. Y con ellas lo tienen más crudo.
Primero, les tienen que
pagar por lo que siempre hicieron gratis, soportar la carga de las guerras. Y al
final, con los derechos estéticos, los rulos y la leche corporal, las guerras
acabarán siendo gilarantes, y hasta beneficiosas, pues siempre acaban echando
una mano, que es lo contrario de lo de los milicos, la pata. Y sobre todo con
muchas fiestas de guardar, que si el Día de la madre, el de la mujer
trabajadora, san Valentin, la virgen de Regla, etc. Ya se sabe que ellas se
toman su tiempo. En vez de matarlo. Por eso les salen las cosas tan bien y en
vez de churros hacen porras. Y en la guerra, no iba a ser menos. Todo es
cuestión de ascenderlas de sargentos a generales. Y adiós a las armas. (Ojalá).
No hay comentarios:
Publicar un comentario