En 1975, Fernando Suárez era vicepresidente tercero del
último gobierno de Franco, y como tal, apoyó los últimos fusilamientos de ese
gobierno. Después sería diputado de la democracia, y hasta miembro de la Real
Academia de Ciencias Morales y Políticas, y se dice que un colaborador
ferviente para la consolidación del nuevo régimen.
Hoy, una mujer de Podemos es
cuestionada como diputada futurible por ser una asesina y haber cumplido la
pena correspondiente. Algunos dirán que no es lo mismo. Y es verdad.
No es
igual matar por decreto que con las manos. Por el bien de la patria que en
caliente. Y siempre será peor en una mujer, que ha de ser vida. A un hombre se
le perdona más, pues al fin y al cabo para eso está(mos). Pero si hemos asesinado
hasta a Dios, cuenta el poeta.
Y el caso es que todo responde a mitos: hombres,
mujeres, patria, verdad, mentira, justicia o asesinato, Dios. Mitos forjados
hace milenios, pero ahora mismo también, según venga dado el mundo.
Cualquier
lectora capaz de abandonar sus 50 sombras
y pasarse a Robert Graves podrá comprobar cómo sus pasiones, deseos y actitud
penden de ese hilo que es el universo simbólico que ha fijado su propio
imaginario hasta hoy y que viene marcado como una impronta antigua por la
mitología griega, que el autor describe magistralmente con tan solo relatar
cómo cada mito es construido sencillamente para sustituir, ya en la sociedad
patriarcal, cada aspecto del derrocado y casi extinto matriarcado.
Es por lo
que borrar eso de un plumazo, como se quiere desde ciertos ámbitos, en muchos
de los cuales predomina el claroscuro, es contraproducente, casi suicida.
Se
impone, mejor, la construcción de una contramitología, con nuevos mitos, hechos desde la época (y a
toda prisa), como la superior condición femenina, para todo, su actitud, su
solidaridad, su hambre, etc, todo, sacado del neo racionalismo relativista del
momento –¿qué es, si no, ese feminismo liberal de trapillo de C’s?–.
Poco
estudio, pues, y mucha inmediatez, es lo que hay. Y demasiada velocidad,
azuzada por el propio interés de los políticos, asesinos de casi todo. La causa
quizá lo merezca. Y el movimiento es joven. Aunque velocidad y juventud juntos también
suelen hacer bonitos los cadáveres.
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