(Para
ir cantando mientras se lee):
Soy
como del mar burbuja, Auroras son los días,
que
hace con sus caballitos romero borde.
nidales
de plata pura Las sabanitas blancas,
y
convierte corazones flores de jara
venidos
de la amargura para
mis noches.
en
tiovivos de colores Vestido de percales
con
el alba por montura. lleva mi estrella.
Quien tuviera un cohete
para ir a verla.
–Bueno,
Charito, le das un beso mu grande de mi parte a mi Manolín, y otro a mi reina,
que en cuanto que la pille por mi cuenta me va a bailar por tangos que a ver si
se le saltan las lágrimas al malaje de su abuelo, Dios lo perdone, y otro a mi
cromo, que hay que ver el aberrunto ese del kunfu, ni a ver pa’qué, que le van
a dar arguna trompá y me lo van a desgraciar, yo no sé a quién habéis salío mi
vida, y tú, ¡cállate ya y baja, que me vas a dejar la blusa hecha una lástima,
que pareces una lapa enmadrá, ¡¡niña, ven aquí y no seas muesa!!
–¡Selito,
Reme, que se va la agüela!
–¡Aayyy,
mi sol, pero ven tú aquí, que eres igual que una macarena! Déjamelo y toma a éste. Ves, el Juanito, ése
no, ése os da un aire más a vosotros, ¡pero vaaamos, qué pastelillo de
cabellico, mi nena, ay, mmmuá!
–¡Venís
o la agüela no sus va a querer más, so bandidos! Ay, qué cansinos..., venga.
–Venir
aquí, mi alma, ay, ¿cuándo Undivé dará fin a este calvario, Dios mío? Que tenga
que venir a veros como un frogitivo, a escondías, por terquería de unos y
otros. ¡Qué condena!
–Y
menos mal que ahora se hace de noche más tarde, con el cambio de hora...
–No
me lo recuerdes, mmuá..., que me se pone la carne de gallina, una sola por ahí... mmuá, sin un hombre,
mmuá, que..., muá, como me vea alguna comadre..., muá, la virgen de Cortes,
mmuá..., nos ampare, Amparito, hija,
mmuá, ¿tú rezas a la Virgencica por de noche?
–Mire
que sí, estese usted y no rece.
–Yo
también hija, yo también. Y yo creo que nos va a ayudar, que la Virgen es mu
requetegüena, que te lo digo yo, y si no, aquello que le pedí pa’mi cuñao
Francisco...
–Mire
usté que está como la boca un lobo por to el mundo...
–Ay,
sí, es verdad. Adiós, bonicos míos y tú, a ver si le dices algo a mi Manolín,
que esto no puede seguir así. Y tú, el tormento que estarás pasando... Ay,
estos hombres. No premita Dios que lo que traigas sea otro de ellos...
–¡Ay,
no sea usted verduga! Vaya usté con dios. Y tenga usted cuidiao.
–Si
es verdad, hija, si es verdad. Hala, quedar con Dios.
A
mi debieran de darme
por
quererte como yo,
bocaítos
en las entrañas,
pinchacitos
en el corazón.
Casi
todo tiene su principio, y lo del apuro de la Merced, aún siendo de la raza
calé, también. Y fue cuando su Manolín, el Resabío, vendió la túnica de la
cofradía de la Verónica, bajo cuya advocación salía descalza la tropa toda de los Minaya desde
que se lo ‘premitieron’ al abuelo Pacón el Bienplantao, que no es que fuera
alto y entero sino porque apenas si salía del poyato en forma de sillón, con
brazos y todo, que se hiciera obrar en el porche debajo de la parra moscatela.
Pero
la cosa venía de más atrás aún. Ya se sabe, cuando un hijo emberrincha a la familia, de forma invariable
los padres empiezan a buscar algún cromosoma que arrojar al contrario como
antecedente, aprovechando que la genética no tiene solución. Que es
precisamente lo que hizo el padre de Manolillo el día que éste se empeñó en
terminar el cuarto y reválida, en una típica decisión unilateral propia de su
ámbito que casi invalidaba la prueba del pañuelo de sangre cuando el padre le
dijo aquello de que no parecía hijo suyo.
Y
eso que Manuel el Resabío siempre decía que lo mejor de ser gitano era que por
lo menos no se planteaban continuamente las dudas razonables sobre las raíces.
A no ser que fueran cuadradas. Que tampoco era su caso, por lo del bachiller
elemental. Pero ni por esas. Su padre se retrotrajo lo suficiente como para
endilgar los orígenes de aquella conducta impropia en el apoyo que la mama le
había prestado al nene hasta allí. Y la reválida quedó conjurada como un mal de
ojo más:
–¡La
reválida esa, ay, mala enfermedad tenga, una cosa tan paya, mia’si sabía yo que
no iba a traer na güeno!
Y
con este auto de fe, le hizo la cruz al exordio castellano que había hecho
renegar a Manolillo del credo de sus bisabuelos.
–Pero
padre, ¿usted está comprendiendo lo que dice?
Replicó
el levantisco hijo entre todos los demás, que ilusos dirigían la vista al suelo
con humillación y silencio, como en busca de pesetas. Y el padre:
–¿No
lo voy a saber yo, que soy tu padre?
Lo
cual lo explicaba todo de nuevo. Y esa era la segunda ventaja que Manolo veía
en su estirpe: que no había lugar a enmiendas y todo iba por derecho. Y como
una cosa lleva a la otra, el padre coligió que lo que de verdad explicaba la aversión
a desfilar de Manolo era que éste, ya tocado por la reválida, que sepa Dios lo
que aquello sería, pero na güeno, seguro, lo que no quería ya el muy traidor
era pegarse la caminata detrás de la Virgen, y descalzo.
Vine
a verte el domingo Cuando
el sueño no llega,
y
te habías ido viene el desvelo;
Al
culto me dijeron las horas son grilletes
y
eran las cinco.
de
terciopelo;
–¡El
señor marqués. Como tiene cuartos y reválida, el muy descastao!
Fiscalizaba
en su contra su hermano Juanete, convencido de que con lo de la reválida le
habían untado el carro y dado pie para meterse a advenedizo. Y eso sí que no.
Como hasta ahí podíamos llegar, Manolo diqueló de plano, porque la sangre es la
sangre siempre:
–Lo
que pasa es que ya no creo, padre, y ya está. A mi me da mucho respeto todo
eso, pero yo no creo y no iba a estar haciendo el paripé, que para mí que eso
es aún peor, y he vendío la túnica, el farol y toa la pesca.
La
mui por poco le cuesta una ruina, porque el hermano Juan lo primero fue echar
mano del cinto repujado de monedas de dos reales, que había que verlo, como una
barriguera de percherón, así de ancho y diciendo:
–No
te digo yo, si este es más falso que yegua gitana –así era su sentido del
humor–. ¡Se le ha pegao toíco! Pero a éste lo emparejo..., a cobarde que no lo
repites..
Y
porque se lo quitaron de encima.
Mi
niña está en mi pecho, dulce
delicia,
operando
sin manos,
a
corazón abierto
flojas
desdichas.
Desdichado
es el alba,
tabaco
y oro.
Como
yo lo acompaño,
ya
no está solo.
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El
dueño se relamía tomándole el pelo por sus estudios y le exhortaba:
–Joder,
Manolillo, no será que no te doy facilidades, encima que te ofrezco un libro
para ti solo (por lo del registro). Además, podrás ir diciendo que todos los
años escribes uno, ¿no te parece?
Y
se alejaba a risa tapada con la jiba de roedor que le forzaba la chaqueta de
tergal, mientras el Resabío, como lo era, lo maldecía retórico: “Así la tomara contigo un arponero
con almorranas...”
Cosa
que era pura bagatela comparado con lo de su gen. Lo más chico que dentro de
ella oía era: ¡Meterse a obrero. Querrá hacerse rico... mía tú. Premita Undivé
que pille un reuma, por avaricioso!
Por
lo demás, el hermano Juan seguía con lo de la reválida como vaca sagrada de la
infamia, y hay que decir que poseía un fino olfato para señalar el hipocentro
del maligno, y eso que Manolín había sacado muy buena nota, por cierto en el
grupo de letras, ya que le había salido, tal y como anunció sudoroso y excitado
entrando a la carrera en casa, el Romancero Gitano. Y por poco causa un
estrago, pues el padre saltó de la silla como un mimbre más de ella y, con la
garrota de cerezo con trenza de cuero en una mano y la otra ya en la faja,
sentenció: “¿Dónde, que no llega a esta noche?“, pensando que algún caló
truhán y malafollá le había salido al
paso en alguna cuestarrita de las que iban para el cerro. Y de pocas le
endiñan la palerma de su vida, el padre, para vaciarse del susto.
Vuela
en el aire,
fecunda
mi alma,
que
tengo esta noche
la
alegría de guardia.
Total,
que era un gitano tan buena gente que parecía malo. Toda una víctima del lío
que se había hecho al acudir a distintas varas de medir para baremarse.
Quisiera regalarme para mi prisa
un correquetepillo y una levita,
un
correquetejiñas, viento y ceniza,
y
angustias de corales para
mi niña.
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